Cristo Rey misericordioso

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

La fiesta de Cristo Rey resume todo el año litúrgico. Jesucristo es como el centro y el culmen de la historia humana. “Todo ha sido creado por Él y para Él. Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él” (Col 1,16-17). El amor es lo que ha movido a Dios para crear el mundo y para redimirlo después del pecado. Y en el centro de ese proyecto de amor, Jesucristo, a quien Dios Padre “ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).

“No se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvados” (Hech 4,12), porque sólo en Jesucristo Dios ha podido decirnos su amor hasta el extremo, sólo en Jesucristo hemos podido pagar a Dios la deuda del pecado, sólo en Jesucristo el odio de los hombres se ha convertido en amor. Entrar en la órbita de su amor nos va configurando con Él, nos hace capaces de amar como ama Él.

El reino de Dios se ha instaurado plenamente en Jesucristo. Prefigurado largamente en el Antiguo Testamento, con sus luces y sus sombras, en Jesucristo ha llegado a su plenitud, y en Jesucristo “Dios lo será todo para todos” (1Co 15,28). No se trata de un reino de fuerza y de poder, ni menos aún de esclavitud o sometimiento por la violencia. El reino de Dios es “un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (Prefacio de la Misa). El reino de Dios entra en el corazón de los hombres haciéndolos capaces de amar en el servicio, y de ir instaurando la civilización de amor, que proviene de la gracia, frente a la cultura de la muerte, que proviene del pecado.

Por eso, en el evangelio de esta fiesta de Cristo Rey, aparece Jesucristo como rey y juez universal, retribuyendo el amor con que cada uno hayamos actuado en nuestra vida: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos sus ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante Él todas las naciones” (Mt 25,31). Y en ese juicio final seremos examinados en el amor. “Al atardecer de la vida te examinarán del amor” (san Juan de la Cruz). Y recordaremos las palabras de Jesús: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Un corazón abierto a la misericordia, es un corazón capaz de recibir la misericordia de Dios. “Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado desde la creación del mundo”.

Cuando el reino de Dios que Cristo ha venido a instaurar entra en el corazón de todos los hombres, los hombres se hacen capaces de amar al estilo de Cristo, atendiendo al que sufre, al que tiene hambre, al que tiene sed, al forastero, al desnudo, al enfermo. En cada uno de ellos, Cristo se ha disfrazado de mendigo para reclamar nuestra misericordia, para hacernos misericordiosos, para abrir nuestro corazón y de esa manera hacernos capaces de la misericordia de Dios.

Por eso, Jesús dice: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), es decir, no proviene de las fuerzas de este mundo, ni siquiera de las fuerzas buenas que este mundo es capaz de producir. El reino de Dios que Cristo ha instaurado proviene de Dios, de su gracia, de su amor, de su misericordia para con los pecadores, y prende en el corazón de quienes se abren a la gracia y por eso se hacen misericordiosos para los demás. Es una corriente de vida que tiene su origen en Dios y que pasa por el corazón de Cristo, donde se recicla el pecado del mundo, convirtiéndose en misericordia para todos. Participar de esa misericordia es la señal inequívoca de que el reino de Dios ha llegado al corazón del hombre, y desde ahí puede alumbrar un mundo nuevo, donde la misericordia (el amor que supera la miseria humana) sea la expresión del reino de Dios. Venga a nosotros tu reino, y seremos salvados de nuestras pobrezas y miserias, de nuestro pecado y de la dureza de nuestro corazón. Venga a nosotros tu reino, y seremos capaces de amar al estilo de Cristo.

Con mi afecto y bendición:

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba

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