Cristo Rey: “A mí me lo hicisteis”

Carta semanal del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

La fiesta de Cristo Rey del Universo viene a ser como el broche de oro del año litúrgico, a lo largo del cual vamos celebrando a Cristo en sus distintos misterios: desde su anuncio, su nacimiento, su vida familiar, su vida pública predicando el Reino de Dios, su pasión, muerte y resurrección, su ascensión a los cielos y el envío del Espíritu Santo, la espera de su gloriosa venida al final de los tiempos para reunirnos a todos y entregar su Reino al Padre.

Cristo Rey del Universo nos presenta a Jesús como el que ha conquistado los corazones humanos por la vía del amor y de la atracción, nunca por la violencia ni la prepotencia. Jesús ha conquistado nuestros corazones por la vía del amor, y de un amor hasta el extremo. En el centro del cristianismo se encuentra la ley del amor, del amor que Cristo nos tiene y del amor que nosotros le tenemos a él. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo unigénito, y por parte de Jesús nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Este es el mandamiento nuevo que Cristo nos ha dejado: que os améis unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros.

La fiesta de Cristo Rey reclama nuestra atención ante esa estampa de Cristo que viene a juzgar a vivos y muertos al final de los tiempos. Sentará a unos a su derecha y a otros a su izquierda, para decir a unos: Venid benditos de mi Padre y heredad el Reino. Mientras a los otros les dirá: id malditos al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. La última palabra no está dicha todavía. Esa se la reserva Jesús, porque el Padre Dios le ha dado todo poder sobre el cielo y la tierra como juez universal. Mientras caminamos por esta tierra estamos siempre a tiempo de enfilar el camino de la vida, que nos conduce al cielo, aunque nuestros pasos hayan sido muy extraviados. El continuamente nos brinda su misericordia, que sana nuestras heridas.

Pero en todo caso el examen y la medida será la del amor. De manera que el ejercicio del amor sea nuestra principal tarea a lo largo de nuestra existencia. La persona humana está hecha para amar y ser amada y en ese ejercicio anticipa su felicidad. Por el contrario, cuando se deja llevar por el egoísmo, fruto del pecado, se aísla y se encierra en sí misma asfixiada por no poder amar, y en eso consiste el infierno. Dios nos ha hecho para amar, y de ello nos examinará Jesús al final de los tiempos, acerca de la verdad de nuestra vida.

Impresiona en esta escena del juicio final que Jesús haya querido identificarse con sus hermanos más humildes. «A mí me lo hicisteis». Cada vez que lo hicimos con cada uno de los necesitados y los pobres, lo hicimos a Cristo y él será el buen pagador que nos lo recompense en el juicio final. Cristo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo y en el privado de libertad, en el pobre y necesitado, víctima de tantas pobrezas añejas y nuevas.

La realeza de Cristo es por tanto algo que se va fraguando en la vida diaria. Vamos dejándole reinar en la medida en que le dejamos espacio en una sociedad tantas veces dominada por el egoísmo y no por el amor, en la medida que aprendemos a amar. Cristo reina en la medida en que los pobres son atendidos, en la medida en que nos dejamos evangelizar por ellos. Cristo reina cuando en tales pobres descubrimos el rostro de Cristo, haciéndole a él lo que hacemos a nuestros hermanos.

Cristo y los pobres ocupan un lugar central en el Evangelio, porque Cristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y proclama dichosos a quienes tienen un corazón pobre, desprendido, capaz de abrirse a las necesidades de los demás. Cuando los pobres son evangelizados y, más aún, cuando nos dejamos evangelizar por ellos, entonces el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Y cuando esto se extienda a toda la tierra, Cristo ejercerá su reinado y se mostrará Rey del Universo.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio obispo de Córdoba

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