La fiesta del Corpus es como una prolongación del jueves santo. En aquella memorable última Cena de Jesucristo se agolparon tantos aspectos, que han ido surgiendo fiestas distintas para subrayar algún aspecto de aquel primer jueves santo de la historia. Institución de la Eucaristía (“tomad y comed, esto es mi cuerpo”) y a la vez institución del sacerdocio ministerial (“haced esto en memoria mía”), en un clima del mandato nuevo (“amaos unos a otros, como yo os he amado”), hecho palpable en el lavatorio de los pies por parte de Jesús a los apóstoles.
La fiesta del Corpus vuelve a poner la Eucaristía en el centro de nuestra atención y en el centro de la vida de la Iglesia. Qué gran invento. Jesús continuamente presente en medio de su Iglesia, refrescando la memoria, impulsando a la misión que él ha recibido del Padre. Jesucristo vivo y glorioso, resucitado, de corazón palpitante, en medio de nosotros. Y desde la Eucaristía, con toda su vitalidad y energía, nos envía constantemente el Espíritu Santo, que nos contagia esa vitalidad. Acercarse a la Eucaristía no puede ser algo rutinario, ya sabido. Es acercarse a la permanente novedad de quien lo va haciendo todo nuevo, de quien va renovando nuestro corazón y va renovando el mundo entero. Y lo hace desde dentro, que es donde se producen las verdaderas reformas.
La fiesta del Corpus nos lleva a adorar esa presencia corporal de Cristo que reclama la nuestra. Él se ha quedado con nosotros para que nosotros sepamos pasar largos ratos con él. La fiesta del Corpus renueva nuestro deseo de adorar, de acudir ante la presencia eucarística y estar largos ratos con quien sabemos que os ama.
La fiesta del Corpus nos trae la memoria del mandamiento nuevo del amor fraterno: “Amaos unos a otros”. La Iglesia vive esta urgencia interna de salir al encuentro del hombre herido, y lo hace impulsada por el amor de Cristo: “La caridad de Cristo nos urge” (2Co 5,14). Por eso es Día de caridad, y Cáritas llama nuestra atención sobre las necesidades concretas de nuestros hermanos los pobres.
Según el informe anual de Cáritas, en el año 2020, año de la pandemia, han sido 30.000 familias las atendidas en atención primaria: comida, ropa y otras necesidades perentorias. Con un presupuesto de seis millones y medio de euros, esta organización de la Iglesia diocesana de Córdoba presenta el rostro amable de la Iglesia para todos los que sufren. Cuántas personas a pie de parroquia acuden a Cáritas. Este año 8.000 familias han acudido por primera vez, en la ciudad y en las 168 Cáritas parroquiales por toda la provincia. Además de los 111 contratos de trabajos en programas de inserción laboral.
“Seamos la luz que el mundo necesita”, dice el lema de este año. Además de la ayuda material, Cáritas acoge, acompaña, escucha. A muchos pobres que acuden les he oído decir que lo propio de Cáritas es la acogida que prestan los 1.650 voluntarios en los distintos lugares por toda la diócesis. Si no existiera Cáritas habría que inventarla. Se trata de una verdadera luz que ilumina las tinieblas del egoísmo humano. Es la luz que viene de Cristo y prende en el corazón de quien aprende a amar al estilo de Cristo.
Colabora con Cáritas, vale la pena. A todos nos hace el servicio de canalizar nuestra caridad, la virtud principal de la vida cristiana. Mirando a Jesús eucaristía, él nos enseña a ser esa Iglesia samaritana que no espera a que vengan, sino que sale al encuentro de los pobres y necesitados de nuestro entorno: albergue de transeúntes, residencia para mayores excluidos, inserción laboral para personas en riesgo de exclusión, atención a los que padecen adicciones, programas para dignificar a la mujer, y sobre todo mucho cariño hacia los pobres por el hecho de ser pobres, cuando el mundo los excluye y los rechaza.
Que el día del Corpus se note también en la colecta, es para los pobres de nuestro entorno.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.