Corpus Christi

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

La Eucaristía está siempre en el centro de la vida de la Iglesia, porque no es simplemente una cosa, sino una persona, Cristo vivo y glorioso, que murió por nosotros y resucitó para nuestra salvación. El encuentro con Jesucristo vivo en el sacramento, en el Sagrario, en la celebración de la Santa Misa constituye la fuente permanente de renovación de la Iglesia que vive de la Eucaristía. El plan de pastoral 2008-2012 «Permaneced en mi amor (Jn 15,9)», que concluimos en este curso, ha girado en torno a la Eucaristía, desplegando diversos aspectos de este sacramento, como fuente de vida y santidad en la Iglesia, como fuente de la comunión y la misión eclesial, como fuente de la acción social desde la caridad y la justicia. Son aspectos que permanecen siempre en torno al misterio de la Eucaristía y que durante este trienio pasado han sido intensificados en nuestra diócesis.

El próximo sábado 16 de junio somos convocados a una Jornada Eucarística en la S.I. Catedral para dar gracias a Dios por todos los dones recibidos y mirar al futuro, apoyados siempre en este Sacramento, acentuando nuevos aspectos que brotan siempre de aquí. Os espero a todos, sacerdotes, religiosos/as, seglares, jóvenes y adultos para dar gracias a Dios (Eucaristía) y disponernos a preparar las etapas siguientes. Lo celebramos en sintonía con la Iglesia universal que celebra a lo largo de la semana el 50º Congreso Eucarístico Internacional en Dublín (del 10 al 17 de junio 2012).

La Eucaristía nos habla de presencia verdadera, real y sustancial de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor de los amores, el Hijo de Dios hecho hombre. ¡Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor! Nuestros ojos no ven y nuestros sentidos quedan colgados sin satisfacerse ante el misterio. Pero la fe se hace fuerte, creyendo la Palabra de Dios que nos dice: Jesús está aquí de manera única. Acudamos a estar con Él. Él se ha quedado con nosotros hasta el fin de los tiempos para que lo encontremos siempre como amigo, dispuesto a ser nuestro confidente y a irradiar su Espíritu Santo sobre nosotros.

La Eucaristía nos habla de ofrenda de la propia vida. Jesucristo no ha ofrecido víctimas animales para sellar la Nueva Alianza, sino que se ha ofrecido a sí mismo. Ha ofrecido su existencia, su vida, su corazón, su cuerpo. Este es el culto nuevo que Cristo ha inaugurado. Él se ofrece y nos incorpora a nosotros a su ofrenda por la acción del Espíritu Santo, «que Él [el Espíritu Santo] nos transforme en ofrenda permanente». Hacer de la propia vida una ofrenda junto con Cristo sacerdote y víctima es el objetivo principal de la Eucaristía, el culto nuevo del Nuevo Testamento. Se puede participar en la Eucaristía, aunque no se pueda comulgar, uniendo la propia vida a la de Cristo para hacerse con Él ofrenda permanente.

La Eucaristía nos habla de unión en el amor. La Eucaristía hace a la Iglesia, como comunidad reunida, alimentada de un mismo pan y de un mismo cáliz (el cuerpo y la sangre del Señor), una familia reunida en el amor, donde nadie pasa necesidad, porque lo tienen todo en común (cf Hech. 4,32). Mirad cómo se aman. La Eucaristía es la fuente de la comunión intraeclesial, y nos envía al mundo para ser testigos de ese amor que transforma la sociedad. «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). De la Eucaristía vivida brota la caridad hacia los hermanos, especialmente hacia los necesitados. De la Eucaristía vivida han brotado las grandes energías de los santos, que se han sentido impulsados a la evangelización hasta dar la vida, que se han despojado de todo para compartir con los que no tienen, que se han entregado a todo tipo de obras de misericordia con los demás. La Eucaristía ha sido el gran motor de los cambios sociales a lo largo de la historia. También hoy, la Eucaristía es como una fisión nuclear que inunda el mundo de amor para transformarlo desde dentro.

Vivamos la fiesta del Corpus Christi con sentido de adoración ante Dios cercano, con sentido de comunión con Cristo y con sus padecimientos, ofreciendo nuestra vida, con sentido de amor fraterno hasta dar la vida por los hermanos.

Con mi afecto y bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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