«Convidados a la boda»

Carta pastoral semanal de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba.

Jesús continúa enseñándonos por medio de parábolas los misterios del Reino. Además del contenido, Jesús es un maestro en pedagogía. Con qué  belleza de detalles nos va introduciendo en su mensaje sublime. Hoy nos habla con lenguaje de bodas. 

Jesucristo mismo se presenta como el esposo, que ha venido a desposarse con su propia humanidad. “El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo” (Mt 22, 2). Él es el hijo del rey, que viene a desposarse con la humanidad. La unión hipostática es como una alianza de bodas. Ahí se fundamenta la indisolubilidad del matrimonio, en esa unión inseparable de lo divino y lo humano en la única persona divina de Jesús.  

Jesucristo esposo ha venido a desposarse con cada persona humana, varón o mujer. Jesucristo es la “ayuda semejante” (Gn 2, 18) por la que Dios ha sacado al hombre de su más absoluta soledad. La persona humana ha nacido para comunicarse, y en esa comunicación llega a la plena comunión con los demás y con Dios, que lo ha creado y le llama a esa comunión de amor. En Jesucristo, el hombre llega a comunicarse con Dios entrando en el misterio de la Trinidad santa. El hombre llega a ser interlocutor de Dios, y va haciéndose hijo de Dios. 

Dios nos invita, por tanto, a un banquete de bodas, a la boda de su Hijo, a la unión de su Hijo con cada uno de nosotros y con todos lo hombres. Y esa invitación a veces encuentra pretextos y rechazos por nuestra parte. Dios quiere dar al hombre sus dones, y el hombre rechaza los dones de Dios con frecuencia. Unas veces, abiertamente. Otras, con disimulo y con pretextos. Pero rechaza los dones de Dios y se queda sin ellos. Ésta es la mayor desgracia del hombre: no aprovechar los dones de Dios o rechazarlos. Esto ofende profundamente el corazón de Dios –el Amor no es amado– y hace estragos en la historia de la humanidad y de cada hombre. 

Dios, por su parte, ante el rechazo de los pecadores, no se cansa ni se enfada. Y abre su banquete a todos los hombres, de toda clase y condición. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,4). Dios ha creado al hombre por amor, lo llama a su amor y quiere colmarlo con su amor. Y espera. Tiene una paciencia infinita, porque “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18, 23). Pero el hombre puede empeñarse en alejarse de Dios y, si se empeñara en vivir y morir alejado, el hombre se acarrearía por ese camino su más terrible perdición, la condenación eterna. 

La llamada es universal, a todo tipo de personas, de todas las edades y situaciones. Pero sólo se puede entrar en el banquete si uno se abre a ese amor, si aprende a amar y acude al banquete con vestido nupcial, con vestido de fiesta. “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestido nupcial?” (Mt 22, 12). A este banquete, que es el cielo, no puede uno acercarse de cualquier manera, sino solamente con actitud de acogida de un amor que va por delante, de un amor que nos ha lavado y purificado en la sangre del Cordero. Sólo puede uno acercarse a este banquete, si está en gracia de Dios. 

La salvación que Dios nos ofrece, por tanto, es un anuncio gozoso, con tono esponsal, que viene a llenar nuestro corazón en sus más profundas aspiraciones, anuncio universal para todos los hombres. Es un anuncio constante por parte de Dios. Ha de ser un anuncio acogido con prontitud, porque podríamos entretenernos y perder la oportunidad que se nos ofrece. Y esa acogida por parte nuestra llena de alegría el corazón de Dios y nos sitúa a nosotros en la gracia de Dios.

Con mi afecto y bendición:

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba

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