Camino de Roma

Carta semanal del Obispo de Córdoba.

Roma es el centro de la catolicidad de la Iglesia, porque allí llegó san Pedro para evangelizar y allí sufrió el martirio, dando el supremo testimonio de amor. Su sepulcro fue venerado desde el momento mismo en que fue martirizado en el circo de Nerón en la colina Vaticana. Y en torno a él se juntaron otros sepulcros cristianos, convirtiendo el lugar en un lugar sagrado. El gran obelisco de la plaza de San Pedro en el Vaticano fue «testigo» de aquel martirio, por el que Pedro pudo decirle a Jesús: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero» (Jn 21,17). Y se lo dijo con su vida y con su sangre. Para honrar ese sepulcro se han ido construyendo basílicas superpuestas, hasta la actual y majestuosa basílica de San Pedro en el Vaticano.

Al sepulcro del apóstol Pedro han acudido cristianos de todo el mundo a lo largo de estos dos mil años, y la costumbre de que los obispos visiten este sepulcro, oren ante él y visiten al Papa, sucesor de Pedro, viene desde hace muchos siglos. Es un signo de comunión eclesial con el que preside, en nombre de Cristo, a toda la Iglesia, porque el Papa, vicario de Cristo, obispo de Roma, sucesor de Pedro, es «el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles» (LG 23).

Ir a ver a Pedro es motivo de gozo para el obispo y para toda la diócesis de Córdoba. La diócesis de Córdoba es católica por su vinculación con el Papa, porque es presidida por un obispo que ha nombrado el Papa y está en plena comunión con él. La relación de cada fiel con el Papa es algo esencial a la fe católica. Sentir con el Papa es sentir con la Iglesia. Y esta relación con el Papa no es sólo externa, sino de corazón, con el deseo de secundar sus orientaciones, escuchar sus enseñanzas y obedecer su disciplina.

La visita ad limina (a los sepulcros) de los apóstoles Pedro y Pablo va precedida de un informe completo del estado de la diócesis (más de mil páginas), donde se expone la situación de la diócesis, de sus fieles, de sus curas, sus seminaristas, sus seglares y religiosos, su vitalidad y sus obras, su caridad y su apostolado, sus esperanzas y dificultades. Se trata de dar cuenta al que nos preside en el amor de cómo andamos, para recibir de él las orientaciones oportunas, no sea que corramos en vano (Ga 2,2). También san Pablo subió a Jerusalén, a ver a Pedro, y le expuso el Evangelio que él predicaba a los gentiles, no sea que estuviera corriendo en vano. Y fue confirmado de que iba por buen camino.

La visita ad limina vendrá a confirmarnos en la fe. «Pedro, he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y cuando tú te recuperes, confirma a tus hermanos» (Lc 22,32). Pedro ha recibido de Jesús este ministerio de «confirmar» a los hermanos, no porque él no sea débil como todos los humanos, sino porque asistido por Jesucristo y por el Espíritu Santo, no puede desviarse de la verdad. El Papa es infalible para servir a la infalibilidad de la Iglesia. El Papa no puede apartarse de la verdad, para garantizar a la Iglesia su permanencia en la verdad. «Confirma a tus hermanos» es un mandato de Jesús, de manera que la Iglesia permanezca hasta el fin del mundo en la verdad que Cristo le ha entregado.

Acudimos con fe ante el sucesor de Pedro, ante el obispo de Roma, vicario de Cristo, «dulce Cristo en la tierra» (decía Sta. Catalina de Siena), para poner a sus pies nuestro trabajo apostólico, el evangelio que predicamos, los frutos que cosechamos, las dificultades que encontramos, los proyectos que acariciamos, no sea que corramos en vano. Y escucharemos su enseñanza como escuchan los hijos la palabra de su padre, con deseo de ponerla en práctica y vivir la plena comunión con la Iglesia católica, nuestra madre. El encuentro con el Papa va acompañado del encuentro con los hermanos obispos de las diócesis vecinas y de las diócesis de toda España. Es por tanto un momento de fuerte comunión eclesial con los hermanos obispos, presididos por el Papa.

Ruego a todos los diocesanos, a las familias cristianas, a los niños, a los jóvenes, a los consagrados y a los seglares, a los sacerdotes y seminaristas que oren intensamente, ayunen y ofrezcan sacrificios especialmente en estos días de gracia por los frutos espirituales para nuestra diócesis de la visita ad limina. María, madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de seguir anunciando el evangelio con nuestra vida y nuestras palabras a las personas de esta generación.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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