Carta Pastoral de Mons. Demetrio Fernández González, con motivo de la peregrinación a Guadalupe.
Aún están despiertas las experiencias vividas en la JMJ de este verano: los días previos en la diócesis de Córdoba, las catequesis en Madrid con los obispos y el encuentro con el Papa y con los miles de jóvenes de todo el mundo. Dios quiera que tales experiencias vividas queden grabadas en el corazón de estos jóvenes para toda la vida. Y ahora, vamos a Guadalupe.
Los días previos en la diócesis fueron todo un éxito. Pudimos vivir la alegría contagiosa de tantos jóvenes venidos del mundo entero, acogidos con todo primor en nuestros pueblos y en nuestra ciudad. Aprovecho para agradecer desde aquí las miles de atenciones y servicios que tanta gente prestó en esos días: sus casas, su tiempo, su dinero, su ilusión. Es mucho más lo que recibimos que lo que pudimos dar. Estos jóvenes han dejado entre nosotros una estela de lozanía y esperanza, que no olvidaremos fácilmente. La vigilia en El Fontanar y la Misa de envío constituyeron momentos fuertes de estos días, donde pudimos compartir lo mejor que tenemos: nuestra fe y nuestro amor a Jesucristo y nuestra pertenencia a la Iglesia, que no conoce fronteras.
Las catequesis de los obispos en Madrid fue otro momento intenso de la JMJ. Los sucesores de los Apóstoles, en comunión y por encargo del Sucesor de Pedro, transmitiendo la fe a los más jóvenes en la Iglesia. Teniendo como referencia el Youcat(Catecismo para jóvenes), la mañana de cada uno de esos días se convirtió en una fiesta de mutua acogida y en una escenificación del dinamismo de la fe católica. Los obispos enseñando la doctrina de Jesús y la nueva vida del cristiano y los jóvenes acogiendo esta palabra no como palabra humana, sino como palabra que viene de Dios. A eso le seguían las preguntas de los jóvenes (muchas preguntas) y las respuestas de los obispos. La fe católica no tiene miedo a las preguntas que brotan de la razón humana para poder dar un asentimiento libre de toda la persona a la nueva manera de vivir que se nos propone. Ese diálogo fe-razón fue seguido en directo por cientos de miles de jóvenes en distintos lugares de Madrid.
Y el culmen de toda la JMJ fue el encuentro con el Papa y con los miles de jóvenes reunidos. Un padre común, el Vicario de Cristo, y una Iglesia universal, multicolor como las banderas agitadas por el viento. Y todos adorando al Señor después de la tormenta en Cuatrovientos. Hemos vuelto de la JMJ con la conciencia viva de que no estamos solos, sino que en la aventura de la fe somos acompañados por la presencia invisible del Señor y de su Espíritu, que van siempre junto a nosotros y por la presencia visible de la Iglesia que nos congrega, nos acompaña, nos guía, nos ofrece los sacramentos y la Palabra, y nos abre el horizonte de una humanidad sin fronteras, de un mundo nuevo.
Y ahora, a Guadalupe. Con el lema “Permaneced en mi amor”. Se trata de alimentar la llama del amor, permaneciendo firmes en la fe y arraigados en Cristo, con una meta clara en el horizonte: María, madre de la Iglesia, la mujer en la que Dios ha realizado ya lo que en nosotros va gestándose. Se trata de vivir la realidad de la Iglesia, que se hace palpable en momentos como éste. La dureza del camino ayuda a profundizar en las motivaciones. Y superado el esfuerzo y tendiendo una mano al que cojea, uno se siente crecido.
Nuestra diócesis de Córdoba, y los jóvenes dentro de ella, necesita este Camino común a lo largo de todo el año, en el que todos aportemos lo mejor para edificar la Iglesia en nuestra diócesis. En el campo de los jóvenes, sobre todo, no podemos ir cada uno por su cuenta, con su grupito y a su manera. Eso no tiene futuro. Somos convocados todos a un proyecto común, a un proyecto de Iglesia diocesana, en el que se enganchan parroquias, movimientos, comunidades, grupos cristianos de todo tipo, colegios de la Iglesia, congregaciones religiosas. Los jóvenes necesitan “ver” la Iglesia, y más todavía en un mundo que se la presenta extorsionada. No podemos permitirnos el lujo de hacer nuestra capilla paralela. Es la hora de la unidad, que respeta la riqueza de cada uno y las integra a todas en la comunión eclesial, bajo la guía del obispo diocesano. La JMJ nos ha abierto los ojos acerca de la urgencia de este Camino común, que la Iglesia diocesana quiere ofrecer a todos, acogiendo a todos, impulsando a todos. El camino a Guadalupe es una parábola de este proyecto, que ponemos con confianza a los pies de la Virgen.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba