Beato Cristóbal, ruega por nosotros

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

Este domingo, 7 de abril, domingo de la divina misericordia, la Iglesia beatifica al P. Cristóbal de Santa Catalina y nos lo propone como ejemplo de vida cristiana y como valioso intercesor en el cielo. El cardenal Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en nombre y con autoridad del Papa Francisco, proclamará beato al P. Cristóbal en la Catedral de Córdoba.

El P. Cristóbal de Santa Catalina nació en Mérida (Badajoz) el 25 de julio de 1638 y murió en Córdoba el 24 de julio de 1690. Cincuenta y dos años de vida en la tierra. Hasta los treinta años, en Mérida, donde es ordenado sacerdote en 1663 con veinticuatro años, y los veintidós restantes en Córdoba, donde lleva una vida santa. Primero como ermitaño en el desierto de El Bañuelo durante seis años y después al frente del hospital Jesús Nazareno de Córdoba los últimos dieciséis años de su vida.

Se trata de una vida impresionante, que la Iglesia propone como ejemplo de santidad para todo cristiano. Cuando a los treinta años su vida da un vuelco hacia Dios, se retira al desierto en una búsqueda hambrienta de Dios, encontrando en Él la misericordia que su corazón deseaba. Sólo la misericordia de Dios puede saciar el corazón humano, y a la luz de esa misericordia el hombre se siente pecador, necesitado de Dios y de su perdón. Cristóbal buscaba a Dios, buscaba su misericordia y quedó saciado en su etapa de desierto: oración continua, penitencias y ayunos abundantes, deseo de seguir a Cristo en su dolorosa pasión hasta identificarse plenamente con Él. La coherencia de vida le convierte muy pronto en maestro de otros, que quieren seguir el mismo camino y encuentran en él un padre.

Una vez saciado de Dios y de su misericordia, cuando baja a la ciudad, le conmueven las miserias de sus contemporáneos, particularmente las de las mujeres maltratadas y las niñas. «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). Un corazón saciado de la misericordia de Dios, se capacita para hacerse misericordioso con los demás. Y el encuentro con las miserias humanas, con el sufrimiento de tantos pobres, le hacen más misericordioso aún, capaz de compartir el sufrimiento ajeno y aliviarlo con el bálsamo de la caridad cristiana, como el buen samaritano (cf Lc 10,33). Cristóbal, lleno de Dios, se desborda en caridad hacia los demás, y ese desbordamiento le ha ido llenando más y más de Dios y de su amor, hasta gastar la vida por los más pobres.

En torno a él, otros quieren seguir su camino y ayudarle en el trabajo del hospital de Jesús Nazareno de Córdoba. Primero ellos y después ellas, que han prolongado su obra hasta el día de hoy, las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno Franciscanas. La obra de Jesús Nazareno, fundada por el P. Cristóbal de Santa Catalina se ha extendido en más de veintiséis casas por España y América Latina. «El fin primero y principal servir a los pobres», al estilo del P. Cristóbal.

En el Año de la Fe, el testimonio del nuevo beato es una muestra elocuente de cómo la fe se verifica en la caridad: «La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda», nos ha dicho Benedicto XVI (Porta fidei, 14). La caridad vivida hasta el extremo es la mejor prueba de que Dios ha encandilado el corazón de este hombre. Y al mismo tiempo, hubiera sido imposible darse hasta el extremo, si no hubiera una fe firme y bien nutrida en la oración y la penitencia. La fe y el amor se necesitan mutuamente.

Que nuestra diócesis de Córdoba, la Congregación de las Nazarenas Hospitalarias por él fundadas y toda la Iglesia encontremos en la vida del P. Cristóbal un estímulo para afianzar nuestra fe, bien arraigada en Jesucristo, de manera que nos pongamos a la tarea de servir a los pobres –en todo tipo de pobrezas, materiales y espirituales-, gastando la vida como la ha gastado él. Beato Cristóbal, ruega por nosotros, para alcanzarnos de Dios el don de la oración, el de una vida penitente y el don inmenso de una caridad sin límite y hasta el extremo.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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