“Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad”

XXVIII Jornada de la Vida Consagrada

El 2 de febrero celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo en brazos
de su madre María y acompañados de su padre José. Es fiesta de luz y de esperanza.
Cumplidos los 40 días después del parto virginal, María lleva al Templo a su hijo único
Jesús como primogénito, para ofrecerlo a Dios como manda la ley de Moisés, y para ser
rescatado mediante una ofrenda alternativa. En este caso, la ofrenda propia de una
familia pobre, la de un par de tórtolas.
Se trata de una escena entrañable. Jesús entra en el Templo por primera vez en brazos
de su madre María y acompañado de José su padre. “Portones, alzad los dinteles, que se
alcen las antiguas compuertas, va a entrar el rey de la gloria”, canta el salmo 23, que
tiene su cumplimiento en este momento. La solemnidad del salmo contrasta con la
sencillez de la escena, puesto que Jesús entra como uno entre tantos.
Y Jesús es descubierto por el anciano Simeón, que lleva toda la vida esperando este
momento y descubre proféticamente quién es este niño y quién será en el futuro. Por
una parte, este anciano Simeón canta el Nunc dimittis, (ahora, Señor, puedes dejar a tu
siervo irse en paz), y por otra, anuncia a María que este niño será signo de contradicción
y a ella una espada le atravesará el alma de dolor. Es una fiesta agridulce, con este doble
sentido.
Coincidiendo con esta fiesta, en la que María es la candelaria, porque lleva en sus
manos la luz del mundo, Jesucristo nuestro Señor, celebramos la Jornada de la Vida
Consagrada, para recordar a todo el pueblo cristiano el gran valor que tiene la vida
consagrada en el seno de la Iglesia. La vida consagrada es la vida que tuvieron Jesús y
su madre bendita, y que ha dejado en la Iglesia una estela preciosa de santidad.
La vida consagrada se concreta en múltiples formas, desde la vida contemplativa de
clausura o no clausura hasta la vida religiosa en sus múltiples carismas y misiones en la
Iglesia, incluyendo las formas de vida consagrada en el mundo por medio de los
Institutos seculares o las vírgenes consagradas, incluso los ermitaños diocesanos. Toda
esta vida consagrada tiene como factor común vivir en la pobreza voluntaria por amor,
esa pobreza que dignifica al parecerse a Jesús, una pobreza que abre el camino de
acercamiento a los pobres; en la virginidad o castidad completa por amor, que renuncia
al matrimonio para hacerlo más valioso, en un desposorio verdadero con Jesucristo
único esposo de todos; y en la obediencia como camino de libertad en el amor.
Normalmente en vida comunitaria, porque Dios nos ha llamado a vivir en su santa
Iglesia, familia de Dios.
La vida consagrada es un testimonio fuerte en el mundo de los valores del Reino, que ha
comenzado en Jesús y se consumará al final de los tiempos. Constituyen un grito para
todos los que vivimos en el mundo de que Dios es lo único necesario, sólo Dios basta. Y
nos enseñan a todos cuál es el camino de la santidad, que hay que buscar desde
cualquier camino en la vida. Por eso, no nos puede faltar en la Iglesia y en el mundo el
testimonio de la vida consagrada en sus múltiples formas. Es un bien común necesario.

El lema de este año, “Aquí estoy Señor, hágase tu voluntad”, subraya esa actitud de
Jesús, la obediencia, por la cual Jesús estuvo atento en todo momento a la voluntad de
su Padre, y pide de todo cristiano, especialmente de los consagrados, la misma actitud
de ofrenda, de entrega, de adoración. Es una actitud de suprema libertad, libre de todo
otro lazo, aunque fuera bueno o legítimo, y entregada a la voluntad del Padre, cuyos
planes son siempre para nuestro bien y el de los demás.
Oramos por los consagrados de nuestra diócesis de Córdoba y agradecemos a Dios su
presencia, su testimonio, su labor en tantos campos. Sin la vida consagrada, la Iglesia no
sería la esposa bella de nuestro Señor Jesucristo. Que no nos falte en nuestra diócesis
esa vida consagrada que a todos nos invita a la santidad. Así lo celebramos el 2 de
febrero en la Catedral a las 5 de la tarde.
Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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