El mundo está revuelto, y no sólo por los ciclones y las borrascas que nos visitan y
dejan desoladas tantas poblaciones, sino por el Orden internacional, que muchas veces
aparece como un verdadero desorden. Estamos realmente ante un cambio de época, y
entre todos hemos de aportar lo mejor de cada uno para alumbrar una época mejor, no
peor. No nos dejemos llevar por el mito del progreso, es decir, con pensar que siempre
vamos a mejor, porque la historia demuestra que las épocas cambian a mejor, cuando
sus ciudadanos se comprometen a cambiar las cosas según el sentido común y en el
fondo según el plan de Dios.
Cuando las turbulencias son humanas, de fondo está el pecado, el personal y el
comunitario, que genera estructuras de pecado explotando de vez en cuando en una
revuelta catastrófica. Sólo Jesucristo es el cordero de Dios que quita el pecado del
mundo. Es decir, sólo en él hay salvación para un mundo que vive sometido a la
esclavitud, a la que le sometió el enemigo, el diablo. La creación entera está esperando
la manifestación de los hijos de Dios, nos recuerda la carta a los Romanos (8,19), para
entrar en la libertad de los hijos de Dios.
La situación del mundo no es nueva. Es tan vieja como el pecado del paraíso perdido.
Vista en su conjunto, le ha llevado a Dios a enviarnos un salvador, su Hijo Jesucristo,
que ha realizado esa salvación por el camino de la redención, mediante su sacrificio
redentor, la ofrenda de su propia vida, el servicio hasta el extremo de dar la vida por
amor. Sólo en Jesucristo hay salvación, no se nos ha dado otro nombre. La buena
voluntad de los habitantes del planeta está impulsada por la acción silenciosa del
Espíritu Santo, que nos lleva a Jesucristo. Todo lo bueno confluye en él, y por eso la
urgencia de la gran tarea de la evangelización, que no es otra cosa que testimoniar con
nuestra vida esa nueva vida que Jesucristo nos ha enseñado y que genera la civilización
del amor.
La amnistía se queda corta. De todos nuestros pecados e idolatrías, de nuestras
injusticias y atropellos Dios quiere sacar corazones renovados, si nos dejamos empapar
por el amor del corazón de Cristo. No se trata sólo de que Dios olvide nuestros delitos,
eso significa amnistía, sino de que Dios nos dé un corazón nuevo. Y eso lo hace
mediante su misericordia y su perdón, pues la deuda contraída por nuestro pecado la ha
pagado con creces Jesucristo muriendo en la Cruz y resucitando por nuestra salvación.
Danos, Señor, un corazón nuevo. Sólo corazones nuevos pueden hacer un mundo
nuevo, todo lo demás son consensos humanos que duran poco, porque son precarios y
muy frágiles.
La unidad de España está en peligro. Los obispos españoles en distintas ocasiones
hemos hablado en Asamblea Plenaria del valor moral de la unidad de España, que entre
todos hemos de salvaguardar y que puede quedar quebrada por egoísmos de un signo u
otro. Oremos por la unidad de España, que es un proyecto histórico de siglos y siglos.
Por qué romperla ahora. Y si han de hacerse actualizaciones históricas, háganse en el
marco de la Constitución, que todos los españoles hemos aprobado. No alimentemos la
división ni el enfrentamiento, ni nos dejemos llevar por egoísmos personales o
colectivos. La paz de una nación entera no podemos jugárnosla por intereses
particulares.
Y digamos lo mismo de las guerras en Ucrania, en Tierra Santa, en tantas partes del
mundo. Oremos para que el Señor ablande los corazones y se llegue a un entendimiento,
que ahorre tantos sufrimientos de inocentes. El mundo no tiene arreglo si lo dejamos a
su suerte, a su mala suerte. Sólo Jesucristo puede arreglar esto, sólo un cambio de
mentalidad y de corazón puede alumbrar una época nueva, que sea mejor, no una época
en la que vayamos a peor.
Con las vírgenes prudentes salgamos al encuentro del Señor con las lámparas de la fe
encendidas. Es momento de derrochar amor, no es momento de tacañería en el amor.
Sólo así amaneceremos a una época mejor.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba