Alegres en el Señor

Carta semanal del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

Hay una alegría que viene de fuera y que produce resaca. Esa no es la alegría en el Señor. Y hay otra alegría que viene de dentro, que rebosa en nuestra sensibilidad y que nos da la paz. Esta es la alegría en el Señor. La alegría de fuera cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma nuestra ansiedad y nos produce la paz.

El domingo tercero de adviento es el domingo de la alegría en el Señor: «Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito estad alegres» (Flp 4,4). Es la alegría de María: «Me alegro con mi Dios» (Lc 1). Es la alegría de los santos; «Un santo triste es un triste santo», decía san Francisco de Sales. Y la razón de esta alegría es porque Dios está con nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca. La Navidad que se acerca es fiesta de gozo y de salvación, y le pedimos a Dios en este domingo que podamos celebrarla con alegría desbordante.

Urge que los creyentes vivamos el sentido verdadero de la navidad: Dios con nosotros. ¿Cómo puede uno celebrar una navidad sin Dios? Para muchos de nuestros contemporáneos, incluso para algunos de nuestros familiares, la Navidad consiste en comer, beber, juerga y ruido. A lo sumo, una reunión de familia, que siempre es bueno. Pero nada más. La navidad, sin embargo, es Dios con nosotros, Dios que se acerca en un niño pequeño, indefenso, débil para que no tengamos miedo de acercarnos a él, e incluso de sentir ternura por él. Dios que se acerca hasta nosotros no con poder ni prepotencia, sino en la debilidad de nuestra carne mortal. El espera que le abramos el corazón, que nos rindamos ante él y lo adoremos postrados, como hicieron los magos y los pastores.

Desde esa actitud de adoración, la única que nos hace verdaderamente libres, salimos al encuentro de los demás para compartir lo que nosotros hemos recibido de Dios. La navidad es compartir con los demás lo mucho que hemos recibido, empezando por el don de la fe. De la navidad brota la solidaridad, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22). Y unido él con cada hombre, nos ha unido a todos entre sí, ha creado una solidaridad más fuerte que los mismos lazos de la carne y de la sangre.

La alegría no puede ser completa, mientras haya un hermano que sufre. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9), preguntó Dios a Caín cuando éste había matado a su hermano Abel. La respuesta nos la da el propio Jesucristo: «Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Jesús ha salido al encuentro de los más necesitados, ha recorrido los pasos del hijo perdido hasta encontrarlo, y lo ha cargado sobre sus hombros, trayéndolo a casa de nuevo. La navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para llevarles la felicidad de Dios. No puede haber navidad sin Dios ni puede haber navidad sin acercamiento a los hermanos que sufren.

La buena noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más solidarios, con la solidaridad establecida por la encarnación del Hijo. Alegraos siempre en el Señor. Es una alegría que no nos distrae de los problemas del momento, sino que precisamente nos da capacidad para afrontarlos. Es una alegría que fortalece e impulsa, que no frena ni enajena, que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para toda la eternidad. María tiene mucho que ver en esta alegría, porque nos viene por el fruto bendito de su vientre, Jesús.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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