Junio nos deja el aroma eucarístico del Corpus Christi. Y con él nos hemos adentrado en el Tiempo Ordinario
Me gustaría seleccionar «Siete momentos» especialmente sublimes en la celebración de la Santa Misa.
Primero, los tres «besos» del celebrante, dos al altar de Dios y uno al santo evangelio. Un gesto de veneración al altar que simboliza la actitud ferviente y vivencial de cuantos participan. Segundo, el «Señor, ten piedad», que aúna en el corazón el arrepentimiento y el sentir en lo más vivo del alma la compasión de Dios, derramándose en nuestras vidas. Tercero, «el lavatorio de las manos», con las palabras: «Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado». Cristo es el que lava las manos del sacerdote, en ese momento, invitándonos a la limpieza y transparencia de nuestras vidas. Cuarto, el momento de «la elevación de la Sagrada Hostia y el cáliz», susurrando todos: «Señor mío y Dios mío», mientras el celebrante puede sentir esas tres «presencias de Cristo, en sus manos, en su corazón, en sus obras». Quinto, «la paz del Señor esté siempre con vosotros», como saludo del Señor, como lluvia de fraternidad y de consuelo, como signo de reconciliación. Sexto, esa petición que el sacerdote hace en secreto al Señor, antes de comulgar: «Jamás permitas que me separe de Ti». Séptimo, «la mano extendida de los fieles, a la hora de la comunión». Es la mano limpia que espera, que recibe, que acoge, la mano que guardará ese instante de máxima cercanía con Jesucristo. Siete momentos de luz, de sublimidad, de amor divino.
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