Alicia Risco participó en la misión diocesana de Picota y reconoce que esa experiencia siempre permanecerá en ella
¿Cómo surgió la idea de realizar un tiempo de voluntariado en Picota?
La idea surgió cuando mantuve una charla con el sacerdote Leopoldo Rivero y me comentó el tema de la misión en Picota, Perú. Era algo que tenía pendiente desde que experimenté mi primera misión con Dios, que fue en Argentina. Tenía inquietud de compartir mi tiempo junto a Dios y con otras culturas cristianas. Con lo cual ese verano me animé a realizar el proyecto que me comentó el Leopoldo para salir y descubrir otras realidades; conviviendo y compartiendo la Fé de Dios con otras comunidades religiosas.
¿Qué recuerdas de aquella experiencia misionera?
Son muchos los recuerdos que me llevo conmigo compartiendo la fe de Dios y la gran experiencia que siempre irá en mi corazón. Éramos un grupo de cuatro personas e iba con el sacerdote Francisco Granados y Rafael Prados. Lo que más recuerdo de la misión son sus costumbres, sus platos típicos, sus creencias, su vocación hacía Dios y sobre todo la forma de vivir en sus casas, compartiendo todo lo que tenían, y poseían lo mínimo para subsistir. También me sorprendió la vegetación frondosa que había en la selva, sus medios de transporte, que eran en burro, en canoas, en carros, andando; y caminaban, kilómetros y kilómetros, en caminos llenos de piedras e irregulares para llegar a la iglesia y celebrar la Eucaristía. Cuando realizábamos todos esos kilómetros para llegar a la Iglesia se podía observar en ellos la devoción que tenían a la Virgen y a Dios. Doy gracias a Dios por vivir esta experiencia misionera.
¿Qué te enseñó la gente que te encontraste allí?
Son tantas las cosas que aprendí que no sé por dónde empezar, fue tan gratificante todo lo que me enseñaron y todo lo que aprendí, por que compartían todo lo que tenían. Su manera de ver la vida y compartir la fe de Dios con tan pocas cosas. Vivían con lo necesario, sin tener dinero eran felices. Me enseñaron a mirar la vida de otra manera diferente. Yo pensaba que lo importante para mí era el trabajo y las comodidades que tenía en mi vida cotidiana; y a ellos solo les bastaba con estar con sus familiares juntos, la fe de Dios y a su Virgen. No valoramos lo que tenemos hasta que no compartes tus vivencias con estas personas.
¿Cómo cambio tu vida al volver a tu vida cotidiana?
La verdad que cuando vuelves a tu vida cotidiana, quieres renunciar a muchas cosas que te has dado cuenta que ya no son necesarias para vivir. Sobre todo lo que más valoré cuando llegue a casa fue poder entrar a la ducha y poder abrir un grifo, y ver que salía agua fría o caliente. No valoramos lo que tenemos hasta que no experimentamos vivencias como estas, viendo otras situaciones desde nuestro punto de vista. Cuando deberíamos sentirnos orgullosos y darle gracias a Dios, todos los días por la vida que me ha concedido.
¿Mantienes todavía la vinculación con la misión diocesana?
¡Claro! Son muchas las relaciones que he mantenido durante esta misión cristiana, me llevo conmigo un gran recuerdo de todas las personas que he conocido. Son muchos amigos con los que he vivido esta gran experiencia. Y sobre todo de haber conocido a la Hermana Esilda y a la Madre Conce, de las Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón. También me llevo en mi corazón a toda su congregación, a mi grupo Picota y a los sacerdotes Francisco y Rafael. Estamos casi todos los días mandándonos mensajes de texto. Doy gracias a Dios por todos los momentos bonitos que me ha hecho vivir junto a ellos. Esta misión siempre permanecerá en mí.
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