El sacerdote Néstor Huércano estuvo en la misión cuando cursaba su quinto curso en el Seminario
¿Cómo surgió la idea de realizar un tiempo de voluntariado en Picota?
El seminario mayor organiza cada cierto tiempo una experiencia misionera en picota, ya que los candidatos al sacerdocio al igual que todo cristiano debe no solo entender, sino experimentar que la vida del cristiano es esencialmente misionera y que no hay forma más hermosa de vivir la fe que compartiéndola con aquellos que el Señor nos pone día a día en nuestro camino.
Así llegado mi quinto año de formación en el seminario mayor comenzamos a preparar esta aventura de fe, preparamos medicinas, objetos de devoción, las vacunas, pero sin duda alguna el principal objetivo de nuestra peroración era nuestro propio corazón, ya que si el corazón del misionero no está enamorado no puede ser misionero.
¿Qué recuerdas de aquella experiencia misionera?
Son muchísimos los recuerdos que llegan, cuando vemos alguna noticia o artículo sobre nuestra misión diocesana en Picota. Lo que más me impactó al llegar allí fue sin duda la sed de Dios que tienen nuestros hermanos de Picota y las aldeas. Tanto la acogida como la despedida fueron inolvidables, tienen la capacidad de hacernos sentir en casa, sin duda alguna esta es la grandeza de ser Iglesia, que allí donde vamos encontramos hermanos y donde estamos entre hermanos estamos en familia.
No es difícil impresionarse de la belleza de aquellas montañas y paisajes, pero lo más grande es la belleza de aquellos generosos corazones. A cada pueblo que entrabamos teníamos las puertas de cada casa de par en par y donde entrabamos se nos ofrecía un plato de la humilde comida del día.
No puedo olvidar el rezo del viacrucis en la aldea de Misquillacu, íbamos con el crucifijo de la capilla que aunque humilde era de grandes dimensiones, conforme iban pasando las estaciones del viacrucis, se iba perdiendo de vista la imagen del crucifijo porque los niños iban por el camino cogiendo flores y colocándoselas al Señor trenadas en la cruz. Son muchos los detalles de amor al Señor y a la Virgen.
¿Qué te enseñó la gente que te encontraste allí?
Cuando uno va a la misión de Picota, va con la idea de misionar a aquellos hermanos y de enseñarles muchas cosas pero cuando uno regresa se da cuenta que hemos sido nosotros los misionados y aleccionados con su vida, su fe y su alegría.
Son incontables las cosas que nos enseñaron; la primera es que no hace falta tanto para ser feliz. En nuestra sociedad consumista parece que el que más tiene, es más feliz, pero en Picota puedes comprobar con tus propios ojos que con el amor y la fe sabiendo que los problemas terminan, se puede vivir en la tierra de modo honrado y feliz.
Hubo varios momentos en los que se me conmovió el corazón en la misión y este fue sobre todo en la visita a los enfermos, en Picota y las demás aldeas, no hay medios para cuidarlos como se merecen: equipos médicos, medicinas, una cama… fue muy duro ver como las familias atienden a sus enfermos de la mejor manera posible, no sin sacrificios personales; es una llamada de atención a una sociedad que teniendo medios a veces descuidamos a quienes más nos necesitan.
¿Cómo cambió tu vida al volver a tu vida cotidiana?
Es imposible volver de allí y quedar indiferente, el solo hecho de caminar por la acera de la calle o poder viajar por una carretera asfaltada, todo parecía nuevo. Pero hay algo que cambió nuestra vida y es descubrir la importancia de las cosas valiosas. Aquí valoramos aquello que es útil, pero las cosas que merecen la pena no son las útiles sino las valiosas. Dar importancia al tiempo de calidad con aquellos que tenemos y apreciar aquello que no vemos.
¿Mantienes todavía vinculación con la misión diocesana?
La principal vinculación que mantengo con nuestros hermanos de allí es la presencia de dos hermanos sacerdotes por los que rezamos y a los que seguimos por los medios de comunicación. Creo que los sacerdotes de nuestra Diócesis y muchos laicos sentimos a Picota como parte de nuestra Iglesia diocesana, es parte de nuestro corazón.
Doy gracias a Dios por poner esta experiencia en mi camino porque aquellos hermanos, me han ayudado a vivir mi sacerdocio en clave de misión. Nuestra Iglesia o es misionera o no es.
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