El mes de mayo se abre con la silueta de san José obrero, que tan hermosamente nos describió el Papa Pablo VI: “San José es el modelo de los humildes que el cristianismo eleva a grandes destinos… es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no hacen falta “grandes cosas”, solamente se requieren virtudes comunes, humanas, simples, pero verdaderas y auténticas”
Junto a san José, María, que empapa este mes con su presencia destacada en nuestras iglesias para recibir esos ramos de “flores espirituales” que le llevamos desde nuestra más tierna infancia: “Venid y vamos todos, con flores a María, con flores a porfía, que Madre nuestra es”. El Papa Francisco nos recuerda que las oraciones dirigidas a ella no son vanas y Ella las escucha como Madre: “Mujer del sí”, que ha acogido con prontitud la invitación del Ángel, responde a nuestras súplicas, escucha nuestras voces, también las que permanecen cerradas en el corazón, que no tienen la fuerza de salir pero que Dios conoce mejor que nosotros mismos”.
Para la Virgen, cada uno de nosotros tiene su plegaria más filial, más encendida, que brota de lo más profundo del corazón. ¡Cuántos anhelos, cuántas necesidades, cuántas metas a conseguir! ¡Cuántas peticiones podemos hacerle!
“María, llena de gracia y rica en misericordia, ruega por nosotros.
María, cátedra de humanidad, haznos capaces de celebrar cada día una estupenda “liturgia del encuentro”.
María, danos la alegría de reconocer en las personas que encontramos los rasgos de tu Hijo.
Haz que aseguremos al mundo un “suplemento de humanidad”.
Haznos capaces de participar profundamente en los sufrimientos de los hermanos.
María, experta en humanidad, ten piedad de nosotros y de nuestro mundo deshumanizado”.
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