Angelina Gómez Casana es profesora de Religión en el colegio La Salle de Córdoba
Desde mi niñez, he sentido una profunda vocación que surgió a través de mi contacto con los más pequeños, una vocación que se ha fortalecido con el tiempo.
Siempre he disfrutado sumando experiencias mediante el trato con niños, organizando animaciones, siendo monitora de campamentos o realizando voluntariados. Nunca olvidaré una frase que me dijo el sacerdote que organizaba estos campamentos y voluntariados: «El que te elige es el de arriba».
Gracias a la dedicación y pasión por los más pequeños, y al período de prácticas de la carrera, pude confirmar que mi vocación era real y se intensificaba con el tiempo. El Señor me hacía un instrumento para acercar a los niños a Él, y los niños reflejaban la voluntad de Dios en mí.
Recuerdo que, en mi primera entrevista de trabajo, la penúltima pregunta fue: ¿quién es Dios para ti? No me la esperaba y no la llevaba preparada, pero rápidamente respondí: Dios, para mí, es el camino del bien. En aquel momento, mi fe era una fe corriente, mundana; pero con el tiempo, al igual que mi vocación, creció y se hizo más fuerte. Dios pasó a ser mi razón de ser y mi inspiración.
Desde mi punto de vista, la fe es algo que se trabaja, y evangelizar es el punto más fuerte de un maestro. No considero que sea necesario hacer grandes esfuerzos para evangelizar, sino hacerlo desde el amor.
Me gustaría destacar que uno de mis momentos preferidos del día es cuando entro al colegio antes de la hora y me siento sola en la capilla. Es mi lugar de paz. Otra de las cosas que más me gusta es la reflexión de la mañana con los alumnos, donde todos orientamos nuestro día.
No podría decidir cuál es mi mejor recuerdo en el colegio, ya que son muchos. Sin embargo, nada es comparable a la alegría de que antiguos alumnos vengan a saludarte y a contarte anécdotas de clases en las que tú eras la profesora, a pedirte consejo, a decirte que quieren que seas su madrina de confirmación o cuentan contigo para formar parte del equipo pastoral. No sabría describir con palabras las situaciones que el Señor me ha regalado.
Sin embargo, no todo es color de rosa, y existen muchos momentos en los que no se ve la luz y surge la incertidumbre debido a las adversidades de la vida. He aprendido que en esos momentos es cuando más debes aferrarte al Señor; el sufrimiento es para un bien mayor y nos hace más humanos.
La fe nos enseña a ver la vida como un regalo, a apreciar cada pequeño gesto, sonrisa o achuchón. A diferenciar lo urgente de lo importante. Me siento muy afortunada de poder decir que soy feliz con mi vocación. Agradecida de ir cada día con una sonrisa al lugar donde paso más horas. Orgullosa de vivir unida a la oración y poder mantenerla cada día. ¡Hay que vivir agradeciendo!
«Tanto usaré de las cosas cuanto me ayuden para ir a mi fin”.
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