Los mártires y los santos en el calendario litúrgico

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Los mártires y los santos en el calendario litúrgico

Javier Sánchez hace esta semana un recorrido histórico del concepto de «santo» en Vivir la Liturgia

El germen histórico del culto a los santos nació con los mártires. El concepto de “santo” ha sido tomado de modo diverso en el curso de la historia. Cuando hablamos hoy de un santo, entendemos generalmente una persona de una fe y una conducta moral extraordinarias, y que la Iglesia así lo reconoce y propone a todos, lo canoniza, es decir, lo presenta como “canon”, norma de vida cristiana, aprobando su culto. Sin embargo hasta mediados del siglo IV los cristianos consideraban santos propiamente sólo a los mártires.

Pensemos, por ejemplo, en la memoria de apóstoles y mártires que se incluye en el Canon romano. En el “Communicantes”, junto a la Virgen María, San José y los apóstoles, son recordados los mártires: “Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano…” y en el “Nobis quoque”, la segunda lista de santos mártires, todos vinculados a la Iglesia romana: “Ignacio, Alejandro, Marcelino y Pedro, Felicidad y Perpetua…”

A finales del siglo III, se incorporan al culto cristiano otros santos que confesaron la fe con sus vidas, pero que no sufrieron martirio; se añaden también los ascetas y las vírgenes que viven un martirio incruento por la radicalidad de su seguimiento de Cristo, así como los santos pastores y padres de la Iglesia.

Un ejemplo cercano son los dípticos de nuestro venerable rito hispano, en los que se nombra a los mártires, a los confesores y a todos los santos.

En ellos se menciona al grupo de Apóstoles y Mártires: “la gloriosa siempre Virgen María, de su esposo José, de Zacarías, Juan, los Inocentes, Esteban, Pedro y Pablo, Juan, Santiago, Andrés, Acisclo, Torcuato, Fructuoso, Félix…”, a lo que se responde: “Y de todos los Mártires”, y otro díptico hace memoria de santos pastores: “Hilario, Atanasio, Martín, Ambrosio, Agustín, Fulgencio, Leandro, Isidoro…”, respondiendo todos en este caso: “Y de todos los confesores”.

El ciclo santoral en el año litúrgico se inició con el culto a los mártires y creció abundantísimamente con santos de todo estado de vida cristiana.

Fue hacia el final de la época patrística cuando se organiza el culto a los santos en la liturgia. Se les invoca sólo en himnos, responsorios y antífonas, pero no en las oraciones (siempre dirigidas a Dios). Se añaden más tardíamente las letanías de los santos [“ruega por nosotros”].

¿Sabías qué hay cantos que no pueden ser sustituidos ni parafraseados?

Hay cantos cuya letra es invariable; ni se puede parafrasear ni se puede sustituir por otro, por ejemplo, el Gloria… o el Cordero de Dios por un “canto de paz” (que no existe en la Misa romana), o paráfrasis para luego, con melodía a boca cerrada, cantar el Pater noster. Basta ver la Ordenación General del Misal Romano en el n. 366.

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