El mártir de la persecución religiosa Española descansa en paz en su localidad natal en el Santuario que lleva su nombre
Por Ignacio Sierra Quirós, párroco de Ntra. Sra. del Carmen de Castro del Río
Sobrecogedor resultó el primer momento de la celebración: la urna con el cuerpo del beato portada por dos sacerdotes hijos de Castro del Rio, Ángel Lara y José Ángel Arévalo, y escoltada por cinco Palmas de la Victoria martirial que llevaban los hermanos de Nuestra Señora del Carmen, ingresaba por la Puerta Mayor; el antiguo párroco del Carmen de Castro volvía a casa.
Entre los faroles de primeros de siglo que llevan los hermanos de la Última, el cura del Carmen pasaba de nuevo ante la imagen de la Soledad de Nuestra Señora, ahora en su nuevo altar y camarín, a quien predicó tantas veces y cuya procesión y sermón organizó. El padre de los pobres de Castro del Río pasaba de nuevo ante las imágenes de la Milagrosa y San Vicente de Paúl, titulares de las conferencias de Caridad que fundó para atender a los más necesitados de su feligresía. ‘la Caridad no se contagia’ decía para animar a los voluntarios durante las epidemias: su cuerpo sacrificado por amor transitó ante la imagen de señor Jesús en el santo Sepulcro hasta llegar al altar mayor. “Christus Vincit” cantaba la coral castreña Alfonso X: ha vencido Cristo de la muerte y el pecado en el triunfo de su enamorado.
Los más de 200 fieles asistentes lo reconocieron; se santiguaban inclinándose, alargaban las manos hacia su urna, cruzaban sus brazos sobre el pecho. Ya ha llegado ante la imagen de la virgen del Carmen y bajo el Cristo de la Misericordia. Lo acoge un arca de olivo y las columnas de ágata cornalina de la mesa del altar. “IN PACE”, se lee sobre la teca que custodia sus reliquias. Ahora sí, descansa. Sus huesos triturados descansan en paz en el mismo lugar donde celebró el Santo Sacrificio. Se aprecia perfectamente el orificio de la bala del tiro de gracia, pero su cráneo está destrozado a culatazos. Las llagas del amor: ‘soy sacerdote de Cristo’. Hemos visto sus señales y los restos de sangre.
Tiempo de veneración al beato mártir Juan Elías Medina
Hay un retablo nuevo en la iglesia que alberga el retrato de un joven sacerdote luminoso y humilde con una sotana de corte español corriente y sin galas. El obispo ha llegado a la cátedra y comienza una celebración precisa y medida. Un joven maestro de ceremonias, Sebastián Carlos, brillante estudiante de medicina, no duda y conduce la liturgia matemáticamente. En primer lugar, D. Miguel Varona da lectura a las auténticas de las reliquias del Mártir y el Sr. Obispo, a petición del párroco hace entrega de las mismas; mientras resuena Gloria en las bóvedas del templo, el exquisito relicario de mano al estilo del siglo XVII, en bronce, es depositado en el nuevo retablo.
La celebración prosigue y destaca el canto del Evangelio en perfecta ejecución por el diácono Abraham. En una prolija homilía el Sr. Obispo desgrana las virtudes del martirio y el amor de Dios que se manifiesta en la entrega del beato Juan Elías Medina. Llegan las bendiciones entre rosas, anturios, frutillas, de color sangre. El retablo y el altar mayor, las solerías, pintura, instalaciones y cristal… todo recibe la bendición porque es para Dios en su mártir. Hay una losa ante el crucero que, tallado en el mármol, dice: ‘Se renovó gracias al legado de D. Carmen Márquez Criado’. Gracias a un legado, gracias a la fe de una familia, está hoy don Juan en su casa con la dignidad que el culto divino merece.
Y llega el Santo Sacrificio: la plata relumbra; los candelabros de mármol adquiridos en un anticuario han sido encendidos mientras Pepe Gómez y Maruja, su esposa, ofrecen para Dios el pan y el vino. Un monaguillo que es también torero toca la campanilla y llega el supremo momento de amor de Dios. Está aquí. Cuerpo partido y sangre derramada en medio de un silencio espeso, como el humo del incienso de Etiopía que arde y se eleva llevando la oración de adoración hasta el cielo, donde el Padre la recibe con don Juan sacerdote in aeternum de Cristo que desde allí concelebra. Destaca en el presbiterio la presencia de don Emilio Pavón. Venerable, rotundo, afable, emocionado e inolvidable para las familias de Castro. Y canta la Coral Alfonso X: ‘nada te turbe… sólo Dios basta’.
Santuario del beato mártir de Castro del Río
Al terminar la comunión fieles, el señor obispo lee su decreto mediante el cual esta iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Castro queda nombrada Santuario del beato Juan Elias Medina, mártir. Y toma la palabra el cura párroco para agradecer a todos los que han hecho posible el feliz término de esta obra que hoy abre un capítulo esperanzador para la vida de fe en esta Villa y para el mundo entero que espera el torrente de gracia y paz que nace desde el altar mayor que custodia el cuerpo del que nos espera en el cielo y nos enseña en esta tierra a dar la vida. Manuel Millán, diácono hijo de esta parroquia, despide a la asamblea para venerar a la Titular del templo y rezar ante el sepulcro abierto; ya vemos frutos de este martirio: celebrará su primera misa en unos meses, tomando el testigo de fe y amor vivo que nuestro mártir y párroco nos legó.
Una reforma para dar sitio a la eternidad
La bendición y entrega de reliquias del pasado 27 de febrero en la Parroquia del Carmen son un punto y seguido a la rica historia devocional de Castro del Río, que vio nacer y crecer al beato Juan Elías Medina, mártir de la persecución religiosa Española y beatificado junto a 127 compañeros más en la catedral de Córdoba el 16 de octubre de 2021.
La Iglesia de Ntra. Sra. del Carmen de Castro del Río ha sido reformada durante diez meses, lo que ha permitido la construcción de un nuevo altar mayor fijo capaz de albergar el arca sepulcral en madera de olivo de Castro, de líneas minimalistas para el cuerpo del Beato mártir Juan Elías Medina. Esta transformación ha propiciado la restauración y recomposición de la verja original. También la nave ha recuperado las basas de piedra y los frontales de mármol, además de la limpieza y restauración de retablos laterales.
En el sotocoro, la reapertura de vano posibilita ahora la construcción de un pequeño camarín para la imagen de la Soledad, a solicitud de su Hermandad, mientras el retablo, obra de José Antonio Rodríguez Valle y decorado Rafael Barón Jiménez y altar para el Mártir D. Juan Elías Medina se sitúa en el arcosolio. La presencia del beato llena ahora todo el espacio de la parroquia en la que fue párroco y se presenta como un gran entablamento sustentado por dos columnas de jaspe de cabra y mármol blanco que enmarca un gran lienzo con la imagen del padre Juan Beato. Ante él, se dispone un relicario de mano para venerar las reliquias de D. Juan Elías.
El proyecto y dirección arquitectónica equipo de arquitectos TERCINCO, de esta Villa, que han donado su trabajo. Gratitud a D. Joaquín Millán García. La ejecución material ha estado a cargo de la empresa constructora FRAPEFER, de Castro del Río, de probada experiencia en actuaciones como la restauración de la parroquial de la Asunción de Castro o la de la ermita del Calvario en Cabra. La dirección artística ha sido del párroco, Ignacio Sierra Quirós; Ana Infante ha estado al frente de la restauración y la dirección técnica ha estado a cargo del director diocesano de gestión del patrimonio, Miguel García Madueño.
Reliquias para la veneración
De acuerdo con lo establecido por la Iglesia para el culto de las reliquias martiriales y las reliquias de los santos, las grandes reliquias del beato mártir Juan Elías Medina están ubicadas en un arca de madera de olivo de Castro en el altar mayor del templo. Esta urna estará siempre a la vista, pero cerrada. Las reliquias se podrán contemplar en momento de culto puntual: aniversario de su martirio, en su día natalis, el día de la Virgen del Carmen.
A estas fechas puntuales se unirán momentos de veneración cuando sea solicitado por grupos de peregrinos, durante visitas piadosas o momentos de oración. A lo largo del año habrá días fijos de exposición de las reliquias y se atenderá a actividades colectivas orientadas a la veneración de las reliquias.
Fotos: Pedro J. Miranda e Inmaculada Miranda
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