Al centro acuden cada curso 40 niñas a estudiar de entre 6 y 16 años
La lluvia y la cercanía de un arroyo acabó debilitando los cimentos del hogar “Virgen de Araceli” de Picota construido en 2014, donde acuden cada curso 40 niñas a estudiar de entre 6 y 16 años, salvando las largas distancias desde sus lugares de origen, dispersos a lo largo de la selva amazónica. Estudiar en Shamboyacu y residir en esta casa supone alejarlas de la exclusión social y motivar una actitud nueva para su promoción como mujeres. Este servicio nace como resultado de las gestiones de dos misioneros diocesanos y su labor es muy apreciada por las chicas y sus familias. Su deterioro por la acción de agentes naturales y climatológicos creó mucha inquietud en la misión Diocesana y en la comunidad de Hermanas Obreras del Sagrado Corazón, que ahora respiran más aliviados a punto de culminar la renovación de su estructura gracias a la colaboración de los cordobeses que ha canalizado la Delegación Diocesana de Misiones.
Ante el riesgo de derrumbe, la Misión Diocesana de Picota decidió derribar la parte trasera de la casa de acuerdo con la comunidad de cuatro Hermanas Obreras del “Sagrado Corazón” que gestionan este impagable servicio y se procedió a la excavación para la nueva cimentación. Una intervención que ha sumado al edificio un sótano, aprovechando el desnivel del terreno y un aljibe. Las obras dotan a la Casa-Hogar de un nuevo salón, cocina y comedor social que recibe a niñas que viven lejos de Shamboyacu (Picota) aunque no sean residentes. Estos servicios se sitúan en la primera planta, mientras que la elevación de una segunda planta se ha destinado a nueva biblioteca y sala de estudios para las chicas que viven en este hogar.
El proyecto de cimentación y nuevas instalaciones constituyen una apuesta por favorecer el desarrollo de niñas que de otro modo tendrían muchas dificultades para continuar sus estudios. Los recursos con los que ha contado la misión diocesana de Picota son los llegado desde Córdoba “generosamente, a través de una cuenta de la Delegación de Misiones, aparte de las donaciones particulares que nos llegan”, explica el sacerdote diocesano Antonio Javier Reyes, dedicado a la misión de Picota hace más de un año, cuando nada más llegar comprobó la función social decisiva de estas instalaciones. Una labor que también Cáritas Córdoba ha valorado por encima del esfuerzo y todos los años ha venido haciendo una aportación económica para la sustentación de la casa y el abastecimiento del comedor social.
La pandemia y la crisis sanitaria mundial ha sumado muchas dificultades a la terminación de las obras, por eso la misión diocesana decidió redoblar esfuerzos para que “esta casa siga siendo un lugar de referencia para chicas que viven el lugares apartados y en riesgo de exclusión social”, afirma el sacerdote que subraya la imposibilidad de muchas de ellas de continuar sus estudios sin los servicios de alojamiento y comida que ofrece este hogar.
La Casa-Hogar cuenta con 45 plazas que quedarán nuevamente disponibles cuando comience el curso escolar en febrero. Setecientas chicas han pasado por las instalaciones de la Casa-Hogar desde su inauguración y de ella han partido cuatro vocaciones religiosas. Las chicas residentes encuentran la oportunidad de sortear las difíciles condiciones de transporte y la formación en hábitos que les permitirá ser autónomas en el futuro. Desde el año 2015, cuando el edificio fue inaugurado, las madres Obreras del Sagrado Corazón ofrecen aquí vivienda, estudios y la posibilidad de cambiar su futuro. Las cuatro religiosas de esta comunidad les aportan sobre todo la riqueza de conocer a Jesús en una misión que supone el crecimiento espiritual, cultural e intelectual de las chicas. Es una formación “muy humana que brinda a las chicas el soporte que en sus familias no tienen”, asegura Antonio Javier Reyes. De su promoción como mujer depende cambiar un ambiente social que a veces las convierte en víctimas de abuso.
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