Artículo basado en la conferencia ofrecida por el Vicario General de la Diócesis y director del secretariado de patrimonio cultural, Jesús Daniel Alonso
El cristiano tiene en la Sagrada Escritura y en la tradición la explicación para la veneración de las imágenes sagradas y toda respuesta a las acusaciones de idolatría. Aunque en el libro del Éxodo (20,4-5) y en el del Deuteronomio (5, 8) aparece un texto significativo para la controversia: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos ni de lo que hay abajo en la tierra ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ella ni la darás culto porque yo soy un Dios celoso”, también la Sagrada Escritura presenta como voluntad de Dios la construcción de querubines de oro macizo para el Arca de la Alianza, “que estarán con la ala extendida por encima cubriendo con ella el propiciatorio”. En el mismo libro del Éxodo que prohibía hacer imágenes, encontramos que Yahvé le pide a Moisés que ponga una serpiente abrasadora sobre su mástil y Moisés nos presenta así una prefiguración de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz.
La fidelidad de Dios emerge en esta aparente falta de unidad y nos conduce a buscar la explicación en los judíos y en cómo interpretaron esta prohibición explícita en la Sagrada Escritura. Sin ir más lejos, en Córdoba contamos con una Sinagoga plena de adornos florales pero sin imágenes, aunque en Oriente aparecen representaciones de figuras humanas hechas por los judíos en el siglo III y otras posteriores con escenas de sacrificio, en algunos casos muy primitivas y en otros de composición más compleja que nos urgen a preguntarnos dónde queda el mandamiento.
Para Jesús Daniel Alonso, Vicario General de la Diócesis de Córdoba y autor del estudio “Idolatría o devoción: la cuestión de las imágenes sagradas”, la razón es que tanto los judíos como los cristianos entendieron muy pronto que el problema no era la imagen sino la idolatría que representa “sustituir a Dios por una imagen” que queda representado en el becerro de oro, cuando los judíos en el desierto de Sinaí piden a Aarón un Dios y ellos construyen un becerro de oro antes de que Moisés bajara de la montaña.
Las referencias más antiguas sobre los cristianos en torno a esta controversia parten del siglo II. Clemente de Alejandría afirma que la estatua es materia muerta y el Concilio de Elvira, celebrado en Granada entre el 300 y el 324, prohíbe el uso de las imágenes en la iglesia, aunque ningún otro concilio las prohibirá más. Sin embargo, Clemente de Alejandría (150-213), padre de la Iglesia griega, ya constata en otro de sus libros que los cristianos usan anillos de sello con representaciones de paloma, pez, nave, ancla, pescador o niños salidos del agua, en referencia al bautismo, de lo que se deduce que el teólogo y filósofo cristiano acepta el uso de las imágenes no para adorarlas, sino para usarlas. Para Jesús Daniel Alonso “esa va a ser la puerta, es lo que va a hacer que esos símbolos adquieran tanta fuerza, por ejemplo el pez en la que los cristianos veían una manifestación de fe”. Los símbolos y las imágenes desarrollan una función ilustrativa y se prodigarán imágenes tan conocidas como el Buen Pastor para el cementerio de Priscila o a las catacumbas.
En el siglo VIII, en el año 730, un emperador de Constantinopla ordenó retirar una imagen de Jesús que estaba colocada en la puerta principal del palacio. Era una imagen con mucha devoción que quedó reemplazarla por una cruz. La eliminación provocó un tumulto y el hecho llevó al gobernante a considerar que perdía la guerra contra los musulmanes por no respetar aquel mandato de Dios en el Éxodo. Una acción intensificada por Constantino V, hijo de León III, que atacará monasterios, destruirá reliquias y muchas imágenes de iglesias. Se destruyen imágenes en algunos libros, como ese Salterio del siglo IX y en Córdoba consta el ejemplo del sarcófago paleocristiano, expresamente de Roma del siglo IV, en el que se aprecian las cabezas de las imágenes destruidas. Este es un hecho propio de los protestantes en el siglo XVI y de la España del siglo XX durante la persecución de los años 30, con ataque al corazón de Jesús con fusiles y su destrucción con dinamita, una verdadera hecatombe que no siempre pertenece al pasado y tiene vigencia hoy con la destrucción de piezas mesopotámicas en Bagdad a manos de los talibanes o el asedio a la imagen de Isabel la Católica en américa como símbolo de la evangelización del Nuevo Mundo.
El II Concilio de Nicea permitió las imágenes
En el segundo concilio de Nicea, celebrado entre el 24 de septiembre y el 13 de octubre de 787, se aborda la iconoclastia fundamentada para los cristianos de la Biblia, para los judíos de su uso para la idolatría y para los bizantinos por creerlas responsables de la pérdida de poder y las guerras.
En este concilio se da legitimidad a la veneración de las imágenes frente a la controversia iconoclasta basándose en la teología de un santo padre de la iglesia, San Juan de Amaceno (s. VII y VIII). Este doctor de la Iglesia distingue entre adoración y veneración y establece que la adoración se debe a Dios, mientras que la veneración es el tributo de devoción a la virgen, a los santos, a los ángeles o a las imágenes religiosas. Esta distinción es fundamental en tanto que san Juan Damasceno considera legítimo honrar las imágenes “con la ofrenda del incienso, de las luces”, basándose en una piadosa costumbre antigua ejercida por San Juan Crisóstomo y otros grandes santos porque “el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada”, puntualiza Jesús Daniel Alonso, al explicar que “la veneración o la adoración que yo hago hacia Dios la puedo hacer a través de la imagen, esa es la clave. Quien adora una imagen de Dios adora realmente lo hace a la persona en ella representada”.
Según textos de San Juan Damasceno, el mismo Dios fue el que engendró a su hijo unigénito, a imagen suya, luego Jesús es imagen del Padre, de la misma naturaleza, en modo alguno discrepante de su eternidad. Luego, hizo al hombre a imagen y semejanza suya y si el padre engendra al hijo, y luego crea al hombre a imagen y semejanza que el hijo, si el verbo invisible de Dios asume su naturaleza humana y se hace visible en la tierra, ocurre que el Dios “invisible que no se puede representar, de repente se puede representar porque se hace visible”. La imagen es entonces intermediaria, que lleva a Dios, al verdadero Jesús que es representado en esa bendita imagen.
Cruz preciosa y vivificante
En el texto del concilio del segundo Concilio de Nicea se define la imagen de la cruz como “preciosa y vivificante”, antes que de la venerable y santa imagen de la virgen. Pero aun así cuesta trabajo representar a Cristo clavado en la cruz. En torno al año 390, en los mosaicos de la Iglesia de Roma de santa Prudencia aparece la cruz gloriosa, la Vera Cruz encontrada por Santa Elena, que se recubre con plata dorada y se le llena de joyas: La cruz que triunfa. La primera representación propiamente de un crucificado es un pequeño cuerpo de marfil del siglo V conservado en el museo británico
¿Por qué rechazar la veneración llevaría a negar la encarnación?
Dios toma la naturaleza humana para dejarse ver y tocar. El evangelio de San Juan, nos revela a Dios visible a través de la naturaleza humana de Jesús y tiene rostro porque se ha encarnado, se hace uno de nosotros. Las imágenes son representación de su divinidad humana.
El concilio Vaticano II define con exactitud y cuidado que también las venerables y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico, u otra materia conveniente, se expongan en la Santa Iglesia de Dios. El catecismo de la Iglesia Católica hoy, en el número 1.192 propone que “las imágenes sagradas, presentes en nuestra iglesia y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación”.
Desde un punto de vista legal, el derecho canónico establece que se debe conservar firmemente la exposición a la veneración de los fieles a las imágenes sagradas en la Iglesia.
Para la Iglesia, el uso de las imágenes no es simplemente algo permitido, “es que algo bueno es algo que estimula la devoción de las personas, de los fieles”.
El arte reflejo de Dios
Igual que la imagen de Dios queda plasmada en el hombre, también la imagen del hombre ha quedado impresa en la obra de arte.
Al respecto el Concilio Vaticano II consolida la maternidad de la Iglesia respecto a las bellas artes, como signo y símbolo de la realidad celestial. El arte debe estar dirigido a un culto digno, decoroso y bello que la Iglesia debe discernir para que cada representación esté de acuerdo con la fe, la piedad popular y las leyes religiosas tradicionales en una iglesia.
No todas las obras de arte pueden despertar devoción, aunque se pueda admirar su valor artístico. La Iglesia nunca consideró como propia ningún estilo artístico. También el arte de nuestro tiempo puede ejercerse libremente en la iglesia, si se sirve con honor y reverencia. Es decir, “es una libertad controlada por los mismos fines de la Iglesia”.
¿Qué dice el magisterio sobre las cofradías?
El Papa Francisco en la encíclica Evangelii Gaudium, avisa de que hay que prestar atención y no ser indiferentes a las múltiples expresiones de piedad popular porque son un lugar teológico para saber interpretar la nueva evangelización.
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