Homilía mons. Jesús Fernández González

Diócesis de Córdoba
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Eucaristía día 13 de Julio de 2025. XV Domingo del Tiempo Ordinario

 

Señor deán y miembros capitulares, delegados de Pastoral Juvenil y demás sacerdotes concelebrantes, queridas personas consagradas, files laicos, un saludo especial a la representación de los 562 jóvenes que van a peregrinar próximamente al Jubileo de los Jóvenes. Un saludo muy especial a los que nos siguen a través de TRECE TV y de otros medios de comunicación.

¿A quién no le interesa conocer los secretos de una vida feliz y eterna? Aquel hombre letrado,  entendido, le interesaba saber  qué debía hacer para  heredarla y se lo preguntó a Jesús para ponerlo a prueba. Su respuesta nos interesa a todos, especialmente a los que creemos en él, a los que peregrinamos por este mundo,  guiados por la fe y alentados por la esperanza.

Como narra el evangelista san Lucas, (Lucas 10, 25-37), en la subida del Señor  a Jerusalén le sale al paso un letrado para ponerlo a prueba y le pregunta qué debe hacer para heredar  la vida eterna. Jesús le plantea a su vez otra cuestión,  invitándole  a mostrar hasta qué punto conoce la Sagrada Escritura y ciertamente la conoce, conoce bien la respuesta. Debe amar a Dios y al prójimo.

Pero de nuevo el letrado,  como para disculparse, le vuelve a preguntar quién es su prójimo.  La parábola del Buen Samaritano  ofrece la respuesta. Al letrado  le interesa saber hasta dónde  debe llegar su obligación, dónde están los límites de su amor. En tiempos de Jesús,  una parte importante de los judíos  creía  que el límite lo marcaba su propio pueblo y su religión. Jesús va a ampliar  el horizonte. La parábola comienza  aludiendo al descenso de un hombre de Jerusalén a Jericó. El desnivel y la dureza del terreno, desértico, sinuoso,  hace verosímil la narración. A continuación  se narra  el asalto sufrido por un hombre al que los bandidos dejan en estado agónico, pasan ante él  un sacerdote y un levita  que no se detienen. Cabe señalar que según la ley de Moisés, el contacto con un cadáver hacía contraer la impureza legal. Su actitud era,  desde el punto de vista legal, irreprochable.

A continuación, entra en escena  el personaje central, un samaritano. Los samaritanos conforman un pueblo heterogéneo  considerado cismático por los judíos. Este hombre, por lo tanto, era oficialmente  despreciable. Y éste es el que se acerca al herido,  compadecido de él, le venda las heridas, lo monta en la cabalgadura y lo lleva a la posada haciéndose cargo de los gastos en el hombre herido. En el camino, queridos hermanos, vemos representados a los hermanos  víctimas del pecado y de sus consecuencias, la injusticia, la pobreza, la exclusión social. Ellos son  los asaltados,  caídos en el camino, a los que el Señor y su Iglesia nos invitan a curar y cuidar.

A la clásica pobreza económica se han ido  uniendo otras de las que se ha tomado conciencia  de modo creciente. San Juan Pablo II cita la desesperación del sinsentido, la insidia de la droga, el abandono en la edad avanzada o en la enfermedad; la marginación y la discriminación social. Por su parte, el Papa Francisco alude a otras  penurias  sufridas por los sin techo, los refugiados e inmigrantes, los tratados como esclavos, los niños a los que se les impiden nacer. Los cristianos sabemos muy bien que dice la ley de Dios, pues como nos recordaba la primera lectura tomada del libro del Deuteronomio, está inscrita en nuestro corazón y es por lo tanto una ley profundamente humana. Pero desgraciadamente, la olvidamos con demasiada frecuencia, siendo también nosotros víctimas del tentador y cayendo en la insensibilidad, el miedo, la indiferencia, como cayeron el sacerdote y el Levita.

Como aquel hombre,  también nosotros hemos caído heridos por el pecado y la desgracia. No culpemos a nadie,  asumamos la responsabilidad. En ese momento, ¿qué ha hecho el buen samaritano con nosotros? Compadecido,  se ha acercado, nos ha curado con el aceite de los sacramentos,  nos ha alimentado en la Eucaristía,  nos ha acercado a la posada de la Iglesia donde nos ha atendido el sacerdote y la comunidad organizada y hemos recobrado la salud y la vida. Contemplemos con gozo estos gestos de amor sanador de Dios  para con nuestras heridas  y démosle gracias por su misericordia.

“Anda y haz tú lo mismo”, así le dijo  Jesús al letrado.  No basta conocer el mandato del amor,  tampoco el pregonarlo. Es necesario amar a todos los maltratados y caídos en el camino de la vida. Jesús, el buen samaritano, nos invita a hacer lo que él ha hecho con nosotros y con todos, a ser sus prójimos. Esto requiere, en primer lugar, abrir bien los ojos para contemplar a los pobres y sus pobrezas. Pero no basta con un estudio científico objetivante, descomprometido.

Hace falta aproximarse para tomar el pulso, ver la cara, sentir el dolor de sus heridas. Se necesita también luchar contra tantos prejuicios y miedos  que alimentan en nosotros determinadas ideologías, grupos sociales y a veces incluso políticos. A aquel judío  lo salvó  un “maldito”, maldito para los judíos.

El Samaritano no pensó en lo que le pasaría a él, sino que se comprometió con el herido. No le pesó el riesgo de contraer la impureza legal con la consiguiente exclusión religiosa, sino que tuvo en consideración lo que le pasaría a aquel hombre si no le ayudaba. Las personas de fe, no podemos caer en la indiferencia ni en la discriminación frente al diferente.

En esta tarea del amor universal y ayuda al prójimo, nos será de gran ayuda la fe. Ciertamente, tanto el anuncio del Evangelio al que todo bautizado y confirmado está obligado, como la promoción humana necesitan estar  sustentados por ella. La fe que confiesa la encarnación y la muerte del Cristo en la cruz, por la que cada persona es elevada al corazón de Dios, fundamenta un amor sin límites hacia toda persona, por pobre y débil que sea. En definitiva, la fe  es impulso para la evangelización y para la promoción humana, haciendo además que nuestro amor  no se quede en puro sentimentalismo. Es cierto también que si no colaboramos  en esa promoción, nuestra misma fe languidece y muere. En último término, también se puede convertir en pura ideología.

Finalmente,  permitidme unas palabras dirigidas a los jóvenes, a esa representación de ellos.  El mejor signo de esperanza para este mundo lo representáis vosotros, los jóvenes. Así lo decía el Papa Francisco en la bula de convocatoria del jubileo de la Esperanza que próximamente vais a celebrar en Roma.

Hoy celebramos la misa de envío de 562 peregrinos de nuestra diócesis. Queridos jóvenes, con el Papa Francisco en su exhortación Christus vivit, os invito a abrir vuestra vida a Cristo para que con su ternura y su amor sane vuestras heridas y dé sentido a vuestra vida. Os invito también a ser constructores del futuro, luchadores por el bien común, servidores de los pobres,  protagonistas de la revolución de la caridad y del servicio al estilo del buen samaritano y no dejéis que el mundo os arrastre a compartir sólo las cosas malas o superficiales: sed capaces de ir contra corriente y compartid a Jesús.

Comunicad la fe que se os ha regalado, de esta manera seréis sembradores de esperanza en medio de un mundo herido que sólo la recuperará con fe y amor. Que el Espíritu de Dios  los alimente en cada uno de vosotros y en todos. Amén.

 

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