Catorce jóvenes emprenden un viaje por monasterios de España para conocer la vida contemplativa masculina y femenina poniéndose en manos de la Divina Providencia
Caminar es un ejercicio de dejarse estar en las manos de la Providencia, viendo cómo cada día trae su propia experiencia. La Providencia hace posible que se produzcan encuentros que formarán parte de tu vida para siempre y en esos encuentros surgirán momentos preciosos con quien te ofrezca aquello que necesitas. Es lo que le ha ocurrido a catorce jóvenes que durante la pasada semana han vivido una experiencia de Dios acompañados por el sacerdote Eugenio Bujalance que ellos mismos han definido como “Monasterio en ruta”.
Los jóvenes de la parroquia del Carmen de Lucena hacen todos los años un viaje en el que se pone en manos de la Divina Providencia, lo cual significa ponerlo todo en manos del Señor y aceptar lo que Él les vaya dando, sabiendo que en ningún momento se va a desentender de cada uno de ellos. “Ponemos 150 € por persona y con este dinero se pagan las furgonetas, la gasolina y la comida. Ya de partida, la mitad del presupuesto se gasta en el alquiler de la furgoneta, por lo que queda poco para comer y alojamiento”, relata Eugenio para el que estos días han sido un “regalo de Dios”.
Estaba prohibido pedir nada, ni alojamiento ni comida, todo se lo tenía que poner el Señor en su camino. Si nadie les ofrecía nada durante el día, por la noche el grupo buscaba un camping, albergue o algún lugar donde poder acampar. Fue así como emprendieron esta verdadera aventura para conocer la vida contemplativa masculina y femenina, saber cómo viven y de esta manera, aprender a valorar una vida que a veces pasa muy desapercibida para todos.
Comenzaron el viaje el pasado lunes con visitas a conventos del País Vasco y siendo acogidos por religiosas en Vergara y religiosos en Mondagrón tras pasar la noche en los salones de una parroquia. “Este día, por ejemplo, nos invitaron a dormir en los salones de catequesis, pero la primera noche la pasamos en un camping porque no hubo nadie que nos pudiera acoger”, explica el sacerdote recordando la andadura que, además, les ha permitido a los jóvenes ir reflexionando sobre un tema concreto, la amistad, pues como decía santo Tomás: “La suprema forma del amor es la amistad”. Precisamente con la fuerza de la amistad se adentraron en diversos monasterios de España y compartieron con los religiosos y religiosas jornadas completas hasta el punto de convertirse en un verdadero “Monasterio en ruta”. Y es que en algunos casos, los religiosos han acogido al grupo dos días a cambio de trabajar y vivir como ellos. Tanto fue así, que internamente se dividieron como un convento, otorgándose cada uno un cargo bajo el lema de Madre Teresa de Calcuta: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
Abad, prior, despensero, huéspedes, deán/ecónomo, encargado de desplazamiento técnico o de liturgia y acompañamiento espiritual, fueron los cargos que se repartieron entre ellos y que realizaron con todo su entusiasmo y alegría, porque si algo ha sobresaltado en este grupo ha sido la alegría. “Los jóvenes cristianos son jóvenes cargados de alegría y con esta compañía me han recordado que el sacerdote tiene que estar en una constante conversión para que no se alejen”, explica Eugenio Bujalance y añade que tras esta experiencia única, que seguramente no pasará indiferente, solo le pide al Señor que “me conceda llorar con vosotros si estáis llorando, acompañaros con vuestras risas y ser partícipe de vuestras alegrías”.
La ruta fue programada para siete días, de lunes a domingo, y en estos días había dos premisas: que tuvieran que regresar porque no tuvieran más dinero o que llegaran hasta el final porque la Providencia les diera lo que necesitaran. Estaba claro: ganó la Providencia y “Monasterio en ruta” concluyó el domingo su itinerario.
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