La Misa Exequial será esta tarde, a las 16:30 horas, en San Mateo Apóstol de Villanueva del Duque
“Una vida entregada por su pueblo”. Así define el sacerdote Pedro Castelo a este presbítero de la diócesis de Córdoba que falleció el martes, 16 de enero, a los 97 de edad y a quien ha estado unido siempre.
Vigara nació en Castuera (Badajoz) y fue ordenado presbítero el 17 de junio de 1951, comenzando su ministerio en Malpartida de la Serena y como capellán de la Cruz Roja en Córdoba. Tres años más tarde, llegó a Villanueva del Duque, a la parroquia de “San Mateo Apóstol” como párroco y allí desempeñó si ministerio sacerdotal.
Cuando el 2 de agosto de 1952, Francisco Vigara Fernández llegó a la localidad, pocos podían imaginar la trascendencia y el significado que su ministerio pastoral tendría para esa comunidad parroquial. “Había sido ordenado sacerdote un año antes y su primer destino había sido Malpartida de la Serena donde sólo estuvo nueve meses. Su vocación había germinado de una forma natural a la vez que trágica. Siendo niño había visto a su tío, el Beato Andrés Helguera Muñoz, ejercer como sacerdote en Castuera, su localidad natal. Los tristes sucesos de la Guerra Civil provocaron que el tío Andrés acabara en la cárcel y que Francisco, su sobrino mayor con apenas 10 años, fuera el encargado de llevarle la comida durante los días de cautiverio. Un día, sin embargo, al llegar con la comida y preguntar por su tío, la respuesta fue que ya no estaba allí porque la noche anterior había sido martirizado. Es fácil imaginar los sentimientos que en esos momentos pudo vivir D. Francisco ante la vida y la muerte de su tío Andrés. Una vez terminada la guerra, Guadalupe, su madre, le preguntó un día llorando a su hijo Francisco: ¿Tú quieres ser sacerdote como el tío Andrés? D. Francisco sin pensar mucho y sin saber las consecuencias derivadas de su respuesta respondió que sí y poco tiempo después ingresó en el Seminario Conciliar de San Pelagio, a cargo entonces de los Padres Jesuitas, donde completó su formación sacerdotal hasta que el 17 de junio de 1951 recibió el sacramento del orden sacerdotal de manos del obispo Fray Albino”, explica Pedro Castelo.
Así, este joven sacerdote de apenas 25 años y con una vocación marcada por el ejemplo martirial de su tío, dio sus primeros pasos en Villanueva del Duque, el pueblo por el que acabaría entregando toda su vida y el pueblo que lo acogió como el que venía en nombre del Señor. Desde su llegada en 1952 hasta 2007 ejerció como párroco de San Mateo Apóstol de manera incansable y ejemplar. Tras su jubilación, quiso permanecer en el pueblo rodeado del cariño y del afecto de su gente sin jubilarse nunca de su oficio de administrar los sacramentos a quien se lo pidiese. Como el Buen Pastor, D. Francisco supo gastar, desgastar y entregar su vida por el pueblo que se le había encomendado.
“Son muchos los años que D. Francisco ha sido cura en Villanueva del Duque, alrededor de setenta. En ese tiempo los cambios han sido constantes y dispares en todos los sentidos (social, político, económico, eclesial…) con toda la dificultad que ello conlleva. D. Francisco supo siempre cuál era su lugar y cuál era su misión independientemente de las circunstancias, siempre supo tratar con niños, jóvenes, adultos o ancianos, siempre con buen humor, con simpatía y jovialidad. Su labor en la catequesis, la visita a los enfermos, sus obras de caridad, su estímulo a los distintos grupos parroquiales (Acción Católica, Hermandades,…), las peregrinaciones, etc. ha sido tan abundante y con tanto fruto que abruma a los que hoy recogemos el testigo e intentamos estar a la altura de tan gran ejemplo. Eso sí, toda su labor nacía de una fuente inagotable que era su oración diaria y bien temprana. Su vida estaba bien anclada en Jesucristo con quien trataba cada día y a quien nos enseñó a tratar”, asegura Castelo, quien recuerda que si hay una cosa que siempre le llamara la atención de D. Francisco fue su extraordinario don de palabra y su elocuencia a la hora de predicar. “No tenía pelos en la lengua y desde el púlpito soltaba verdades como puños que a veces nos escocían y mucho. D. Francisco sabía que la Palabra que predicaba no era suya sino de Cristo y que su misión era ser altavoz de Dios”, subraya.
Los fieles lo recuerdan en sus últimos años como párroco con la misma ilusión que al principio, sin cansarse jamás de ser el pastor de su pueblo. “Cada año una iniciativa distinta para los niños de catequesis, temas interesantes y sugerentes para las catequesis de adultos, predicaciones bien preparadas y llenas de contenido, cultos solemnes y bien celebrados, palabras ciertas y seguras en el confesionario, presencia cercana en la cabecera de los enfermos, generosidad callada y discreta con quien más lo necesitaba”, expresa Pedro al tiempo que comenta que “sus manos consagradas por el Sagrado Crisma igual que tocaban a Dios en la Eucaristía y en la carne de los enfermos, no temían mancharse o herirse cuando de trabajar como uno más se trataba”. “En Villanueva del Duque no hay Navidad que no recordemos sus inmensos belenes”, recuerda con especial cariño.
“Hoy Villanueva del Duque llora su muerte como él lloró tantas veces con nosotros, de tristeza, muchas veces, y de emoción, otras tantas. Villanueva llora al despedirlo pero con la fe firme en la Pascua de Cristo tal y como él la predicaba”, afirma Pedro con el deseo de darle gracias a Dios siempre por su vida y ministerio. “Su vida sencilla, su ejemplo de trabajador incansable, su fidelidad al ministerio recibido, su pasión por anunciar el Evangelio sin descanso y tantas otras cosas son un estímulo para mí y para todos los que lo hemos conocido”, destaca.
Francisco Vigara falleció en Córdoba y su cuerpo será inhumado en el cementerio de Villanueva del Duque. El obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, presidirá la Misa Exequial.
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