Antonio Gil recuerda el motivo por el que este sábado, 11 de octubre, tendrá lugar en Córdoba el Magno Vía Crucis
Ante el “Magno Vía Crucis” de las Hermandades y Cofradías, preparado con tanto entusiasmo y proclamado como un “Encuentro multitudinario de fe y de intensa piedad” en torno a nuestras imágenes queridas, -“mediaciones de la humanidad de Jesús y de su Madre Santísima”-, hemos de recordar, como bien lo ha hecho el delegado diocesano, Pedro Soldado, la celebración del sexto centenario de la llegada del primer “Vía Crucis” a Córdoba, traído por el Beato Álvaro de Córdoba desde Jerusalén. Y desde nuestra ciudad, se extendió a toda España, a Europa y posteriormente al mundo entero.
Todo está dispuesto para este “acontecimiento religioso” de un “Vía Crucis”, organizado por nuestras hermandades y cofradías, y envuelto en el intenso aroma de la “religiosidad popular”. Fue san Pablo VI, quien le dio un impulso decisivo en su Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, al señalar que “la religiosidad popular refleja una sed de Dios, que solamente los pobres y los sencillos pueden conocer”. Más cerca de nosotros, el papa Francisco, de feliz memoria, calificó la “religiosidad popular como un precioso tesoro de la Iglesia católica”.
El “Magno Vía Crucis” entrelaza estéticamente no solamente con la belleza artística sino con la emoción y los sentimientos religiosos. En el pensamiento y magisterio de san Juan Pablo II brillan unos criterios muy precisos: “La cultura es la vida del espíritu, es la clave que permite el acceso a los fondos más celosamente guardados de la vida de los pueblos”.
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