“El tiempo de Picota ha sido una bendición”

Diócesis de Córdoba
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La diócesis de Córdoba comprende la provincia de Córdoba, en la comunidad autónoma de Andalucía y es sufragánea de la archidiócesis de Sevilla.

Madre Ana Galeote Luque, salesiana del Sagrado Corazón, ha sido designada general de su congregación hace unos días. La religiosa, natural de Iznájar,  prestaba servicio en la parroquia de la Virgen del Perpetuo Socorro, donde está la misión diocesana de Picota. Allí ya la echan de menos

Niños, jóvenes, mayores y sacerdotes celebran su designación al tiempo que lamentan su marcha. Todavía les queda el reencuentro para abrazarse a ellos porque ha aprendido en esta parte de la selva amazónica que “Perú necesita ser abrazado”.  Ella, junto a sus hermanas de comunidad, han atendido las necesidades de la población de Picota, donde está erradicada la misión diocesana de Córdoba, un nexo de unión para la atención, la ayuda y la evangelización de la población.

En estos primeros días, después de su designación como general de la congregación, ¿cómo asume esta nueva etapa que se le encomienda?

De momento con temor y temblor, porque somos humanos y el Señor me encomienda una misión muy grande, una misión de Iglesia. Somos Salesianas del Sagrado Corazón, una congregación pequeña, pero un carisma que incumbe el Espíritu a la Beata Piedad de la Cruz y que la Iglesia necesita. Nos sentimos pequeñas ante esta realidad tan grande. Pero por otra parte, con mucha confianza y apertura pues a todas las hermanas de la congregación nos apoyarán en esta misión, no nos sentimos solas. Tenemos mucha responsabilidad sabiendo que la Iglesia está necesitada de este carisma, que es del Espíritu Santo, porque hay mucha necesidad; estamos para hacer providencia y llevar la misericordia del corazón de Jesús a la gente más necesitada. Y sabemos que la Iglesia está muy necesitada y hay que dar respuesta en continuidad con lo que los consejos generales anteriores han ido dando. Y sobre todo, con mucha apertura al Espíritu Santo. Sabemos que esto es obra de Dios y estamos en sus manos. Es Él el que va a guiar la Congregación. Nuestra fundadora decía que el corazón de Jesús era el fundador y el arquitecto de la congregación y sabemos que es así.

¿Qué cambios advierte nada más volver a España entre el servicio que ha prestado en Picota y el que le espera aquí?

En el fondo el servicio es el mismo. Un servicio que parte de una llamada del Señor, a estar con Él, enviadas a anunciar el reino. Dice el Evangelio de San Marcos que llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar. Pues en realidad, el servicio es el mismo, pero de características diferentes. En Picota estaba en una Iglesia local de  características concretas, donde la inserción y la cercanía con su gente y la fe junto a ella era el fundamento. La evangelización es estar junto a los pobres, los más necesitados, salir cada día con la camioneta a donde hiciera falta. La misión que ahora me toca es de animación de la congregación, de las distintas comunidades, de las distintas hermanas, de apertura a las distintas iglesias locales de donde estamos para conocer la realidad de cada comunidad, de cada iglesia, para ir coordinando la forma y la manera en que oye el Espíritu Santo desde nuestro carisma y nos pide la respuesta. Así que es un cambio muy grande pero parte de la llamada. Es una llamada dentro de la llamada que el Señor me hizo. Es una llamada nueva.

¿Podrías decirnos si ha habido algún cambio en la población de Picota en el tiempo que usted ha servido en aquella zona?

Creo que el cambio se ha producido en mí. Cuando vamos a una misión, pensamos que nosotros vamos a llevar algo, porque venimos de este mundo, de este “primer mundo”, dónde lo tenemos todo. Creemos que nosotros les llevamos a ellos muchas cosas. Pero en realidad, la misión nos transforma a nosotros. El tiempo de Picota es una bendición. Hoy digo que el Señor me ha hecho una jugada, con mi estancia en Picota porque me ha preparado para asumir este reto, me ha hecho ver un pueblo creyente, que tiene a Dios en su vida, que agradece cualquier momento que vive, que comienzan cada día dando gracias a Dios. Es un pueblo que lucha, que trabaja, es un pueblo que acoge, que nos acoge a nosotros, a los sacerdotes y a las religiosas, como la presencia de Dios viva entre ellos. Es un pueblo que necesita ser abrazado, ser querido. Yo digo que Perú es el pueblo de la nación de los abrazos. Pero su alegría nos contagia, es una alegría en medio de tanta carencia. Todas estas cosas me han hecho salir de mis esquemas y me he abierto a comprobar a ver cómo Dios caminaba en medio de ellos. Así que sólo puedo decir una cosa: gracias a Dios, gracias al Pueblo de Perú y gracias a Picota porque han transformado mi corazón y me han hecho conocer a Dios engrandecido en medio de ellos, a un Dios que realmente es providente y su misericordia es finita.

¿Qué ocurre cuando una persona humilde y dañada por la vida se encuentra con Cristo y su Iglesia, madre?

Son muchas las experiencias. He visto llorar a muchas personas, especialmente he acompañado a muchos jóvenes allá en Picota; a jóvenes rotos con los que me dolía el alma al escucharlos. Lloraba con ellos cuando ellos me hablaban llorando. Pero en los sacerdotes y religiosas encontraban el abrazo de Dios.  Yo me sentía pequeña al representar a ese Dios que los abrazaba y conmovida por tanto dolor, por tanta lucha que tienen que llevar a cabo desde que son tan pequeñitos para sobrevivir. Yo experimento que sentían ese abrazo de Dios y la Iglesia como madre que los abrazaba, los acogía cuando nadie los acogía. Entonces pienso que hay tanto que hacer, tanto que acompañar, que sólo le pido a Dios que envíe vocaciones, que envíe personas que sean capaces de darse a ese mundo tanto aquí en España como allá. Necesitan entender o tener la experiencia de que hay un Dios que los ama profundamente, que los abraza y que los acompaña en ese lugar.

¿Cómo es la unión entre los sacerdotes diocesanos de Córdoba y su congregación en la misión de Picota?

Para nosotros son el alma, y quienes nos impulsan, quienes nos alientan, son nuestros padres. Allí la vida entre nosotros, los misioneros, es vida de familia. Lo vivimos muy intensamente, este regalo que Dios nos ha hecho de vivir la misión, de enviarnos a esa misión como consagrados. Celebramos vivir la entrega hacia lo más necesitado.

Ha dejado usted su vida y su corazón en Picota, pero ¿tiene ganas de volver a pisar su Iznájar natal?

Ahora en estos días tendré oportunidad de pasar muy poquitos días después de año y medio. Iznájar es mi tierra. La llevo en el alma. Soy andaluza de corazón. Salí de mi tierra con 20 años y llevo más tiempo fuera que dentro, pero soy andaluza de Iznájar, hija de este pueblo y llevo a la Virgen de la Piedad en el corazón. En Picota teníamos una capilla con la Virgen de la Piedad y cada lunes, era llegar a mi casa y encontraba a mi madre que me abrazaba en todo.

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