El sacerdote y periodista Antonio Gil recuerda la fiesta de la Inmaculada y lo que ha traído consigo
La fiesta de la Inmaculada tuvo especiales resonancias en Córdoba y en sus pueblos. En la catedral, el obispo de la Diócesis, monseñor Demetrio Fernández, ordenó a cinco diáconos, y en las parroquias donde se veneran imágenes de María Inmaculada, las cofradías programaron diversos actos, entre ellos, rosarios de la Aurora y solemnes Eucaristías. En el santuario de Nuestra Señora de Linares, enclavado en el corazón de Sierra Morena, celebramos un Triduo preparatorio de tan hermosa solemnidad, y el día 8, la Eucaristía, cantada por el coro de la hermandad. En la homilía, quise subrayar especialmente la “respuesta” de María, a los “dones” recibidos de Dios, para que también nosotros sepamos agradecer los “dones” que Dios nos ofrece.
El Concilio Vaticano II presenta a María, Madre de Jesucristo, como “prototipo y modelo para la Iglesia”, y la describe como “mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría”. La “respuesta” de María a Dios tiene tres hermosos destellos: Primero, “María escucha a Dios”, a través de su mensajero, el arcángel Gabriel; segundo, “María cumple con fidelidad y encanto la voluntad de Dios”; tercero, “María inaugura la pastoral samaritana, tan urgente en esta hora, visitando a su prima Isabel, para acompañarla y ayudarla en sus tareas domésticas”. Nuestro obispo, don Demetrio, en la ordenación de los diáconos, subrayó este “servicio diaconal”, centrado especialmente en “servir a los pobres, a los enfermos y a todos los que sufren”.
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