El diácono Miguel Ramírez vivió la misión con sus hermanos de seminario y la tiene presente en su oración diaria
¿Cómo surgió la idea de realizar un tiempo de voluntariado en Picota?
Fue una propuesta que se hace cada cierto tiempo a los seminaristas para participar durante un mes en verano en la misión. Por tanto, sabía que mi momento llegaría, pero en principio no me lo planteé: por miedo, expectativas, no se… creía que no era lugar para mí. Yo veía que esto era para otros. Sin embargo, me animé finalmente a ir tras decidirme con más claridad en los Ejercicios Espirituales del Seminario.
¿Qué recuerdas de aquella experiencia misionera?
Son muchos momentos, y a cada uno el Señor le toca en algún punto. Primero, como la misión ante todo consistía en estar allí, dejando compartir a quienes allí estaban lo poco o mucho que tuvieran, pero sobretodo estar con ellos. Cada niño, joven, familia, anciano, cada misionero o animador, cada uno, eran la presencia del Señor, que siempre nacía y terminaba cada día en la oración. Era Dios mismo quien se hacía presente. Él nos esperaba.
Es cierto que personalmente viví también momentos poco agradables (uno deja comodidades, tierra, costumbres), he de reconocerlo. Pero ante todo, uno va a la Misión y sabe que estos momentos están. Sin embargo me ayudó a conocer la experiencia de la Misión en toda su realidad de entrega.
También me ayudó el testimonio de fraternidad del grupo seminaristas que fuimos junto a los sacerdotes, comprobando como la comunión es en sí misma una misión y una forma de anunciar el Evangelio.
¿Qué te enseñó la gente que te encontraste allí?
Fueron ellos los que me evangelizaron a mí, con su manera de vivir la fe en aquel sitio tan perdido. En medio de la pobreza tanto material (cosas a las que damos mucha importancia) como espiritual (falta de sacerdotes y religiosos, misioneros,…). Ellos, hoy también, me enseñan que Dios se sirve de nuestras pobrezas, que son distintas, para hacer su obra.
¿Cómo cambió tu vida al volver a tu vida cotidiana?
Volví ante todo con muchísimas ganas de entregarme al Señor, con más generosidad, dando gracias por tanto y sabiendo todo lo que debo a Dios y a la Iglesia. Dar gracias a Dios cada día por lo que somos, tenemos y conocemos.
¿Mantienes todavía vinculación con la misión diocesana?
Aunque no he vuelto a ir, la tengo presente cada día en la oración o en la mesa de estudio, donde tengo una foto de aquella misión. Es increíble saber que, a pesar de las distancias, nos unimos cada día en la comunión y en la oración.
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