Juan Manuel Baena es profesor de Religión de infantil y primaria en el centro CEIP Santuario de Córdoba
En los centros andaluces hay un alto porcentaje de matriculaciones en la asignatura de Religión Católica. Supera de media el 70%, ¿qué factores cree que influyen en la alta aceptación de la asignatura por parte de las familias y de los jóvenes?
Vivimos en una sociedad en la que nos quieren quitar el derecho a la libertad religiosa y hasta ofrecen los motivos para hacerlo. Pero muchas familias están siendo capaces de salvar esta tentación y optan por el mejor regalo: la enseñanza religiosa para sus hijos. Las razones son muchas, pero la más importante es, fundamentalmente, que los padres quieren lo mejor para ellos. Aunque nos encontramos también con alumnos que están en clase de religión por otros motivos: por tradición, porque sus amigos están apuntados, porque van a hacer la Primera Comunión. Y no menos importante somos los propios maestros de religión, que debemos ser verdaderos testigos de los valores cristianos y saber predicar con el ejemplo. Como decía Pablo VI: “…el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio”. Sea como sea, para muchos es el único contacto que tienen con Jesús. Es la oportunidad para hacerles llegar la Buena Noticia de que Dios nos quiere y que tiene un plan de felicidad para cada uno de nosotros. Hoy se habla en el ámbito educativo de una educación integral, pero si falta la dimensión espiritual y transcendental en el ser humano dicha educación queda incompleta.
¿Considera que la materia de Religión y su profesorado tienen el tratamiento que merecen equiparable a las demás materias?
Lamentablemente, con la nueva ley educativa, ha quedado demostrado que no. Se da un paso atrás, se desprestigia al profesorado y la propia asignatura no queda en el lugar que merece. Se reduce su peso y sus horas de clase y, además, las calificaciones ya no son computables en el expediente académico. Se elimina la “asignatura espejo” a la religión, reduciéndose a una simple “atención educativa” exenta de contenido y de organización. De esta manera se discrimina al alumnado, dejando de existir el principio de igualdad. A esto se le añade, en algunos colegios, la falta de consideración hacia el propio profesor de religión. Aunque, personalmente, tengo que decir que me encuentro en un centro educativo donde se me respeta y se me trata en todo momento como uno más del claustro. Ante las adversidades que nos podamos ir encontrando, nuestra misión no es otra que mantenernos firmes en la fe, no caer en la desesperanza y continuar con una sincera tarea evangelizadora dentro de nuestras aulas; que favorezca en nuestro alumnado el desarrollo de su dimensión religiosa y espiritual, de una manera cada vez más madura, dentro de una sociedad donde gran parte de ella huye de todo lo que huele a Dios.
¿Qué niño/joven de hoy es el que acude a las clases de Religión?
El perfil es muy variado. En mi realidad concreta me encuentro con un alumnado diverso. Como decía antes para muchos es el único momento en el que escuchan hablar de Dios y de la vida de la Iglesia. Sus entornos familiares no son educadores en la fe. Para otros, se suma la catequesis para la Primera Comunión, pero al terminar se desvinculan de la parroquia, e incluso, algunos de ellos abandonan la clase de religión. Hay quienes viven en el seno de una familia creyente y me cuentan que suelen ir a misa los domingos con sus padres o con sus abuelos. Y están también los que mantienen y expresan su fe a través de la religiosidad popular.
¿Qué aporta el estudio de esta materia al perfil académico del alumno?
Aquello que no aporta ninguna otra asignatura: el modelo de vida de Jesús Nazaret. Que lo conozcan es realmente toda una aventura. Es descubrir a Dios encarnado en Jesucristo, nacido de la Virgen María. El Maestro que nos muestra, con ejemplos cotidianos y con hechos, cuál es el camino, la verdad y la vida. Quien enseña a rezar. Aquel que invade todo lo que somos. Con quien se aprende a perdonar y a amar sin condiciones; a estar cerca de aquellos rechazados por la sociedad; a servir a los pobres y a los enfermos; a respetar nuestra propia vida y la de los demás como un don de Dios. Conociendo a Jesucristo nuestros alumnos aprenden a valorar el sentido de la cruz y a tomar la nuestra con alegría. ¿No merece la pena que el alumnado pueda llegar a conocer a una persona así? A aquél “que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
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