El sacerdote Antonio Gil explica el sentido de este tiempo litúrgico que acabamos de comenzar pasadas las Navidades
En la liturgia de la Iglesia, llamamos “Tiempo Ordinario”, a los domingos que comienzan, pasadas las Navidades, con la fiesta del Bautismo de Jesús. El “Tiempo Ordinario” es un tiempo sin grandes fiestas, sin grandes solemnidades, en el que vamos recorriendo la vida pública de Jesús. Hace poco, se ha publicado un libro que lleva por titulo “Tiempo Ordinario”, y que ha escrito Eduardo Laporte. Es un libro sencillo, fácil de leer, escrito a base de “notas y de reflexiones”, tomadas de la vida misma. Leo una frase que me ha gustado: «¡Qué importante es construir un alma!». Sería una pena que no prestáramos atención a las almas, a la vida interior, a la vida espiritual.
Este Tiempo ordinario tiene tres características bien definidas: primera, es un tiempo de sencillez y de esperanza, apareciendo el «color verde» en los ornamentos sacerdotales; segunda, un tiempo para «saborear la vida de Cristo», en la lectura pausada de los relatos evangélicos; tercera, es un tiempo para «descubrir» nuestra misión, nuestros afanes pastorales, nuestra singladura personal a lo largo de la historia. En el segundo domingo del Tiempo ordinario, Jesús aparece en la bodas de Caná, transformando el agua en vino. En el matrimonio definitivo se introduce el amor, la fidelidad y la alegría, donde habia hasta entonces «normas rituales». Ese «vino nuevo» es el vino mejor en un banquete universal al que están invitados todos los pueblos. Y María, en su papel insustituible en la historia de la salvación: «Haced lo que Él os diga».
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