Beatriz Rubiano es profesora de religión en infantil, una vocación que ha sentido desde pequeña y que considera una bendición en su vida
Mi nombre es Beatriz Rubiano y tengo el honor de ser maestra de religión en Educación Infantil desde hace cuatro años. Desde muy pequeña, sentí una fuerte conexión con la enseñanza y, encontrar mi lugar como educadora en el ámbito de la religión infantil ha sido una de las mayores bendiciones de mi vida. Mi misión es sembrar las primeras semillas de la fe en los corazones de los más pequeños, guiarlos en sus primeros pasos espirituales y ser un apoyo para sus familias en este camino.
Comencé en el colegio La Salle de Córdoba llena de nervios y con el corazón rebosante de ilusión. Recuerdo perfectamente mi primera clase con un grupo de niños de cuatro años. Sus caritas curiosas y expectantes me llenaron de energía. En esos primeros días, entendí que enseñar a niños tan pequeños requería mucha creatividad y paciencia.
Una de las experiencias más significativas ocurrió durante una clase en la que hablábamos sobre la creación. Decidí recrear un pequeño jardín en el aula para que los niños pudieran experimentar la belleza de la naturaleza de primera mano. Mientras observábamos las flores, los árboles y los pájaros, uno de los niños, Martín L., me dijo con una sonrisa: «Seño, ¡Dios hizo todo esto para que seamos felices!» Su comentario, tan simple y puro, encapsuló la esencia de lo que intentaba enseñarles: la maravilla y el amor de Dios presentes en la creación.
A lo largo de estos años, he aprendido que enseñar religión a los más pequeños es una tarea llena de retos y recompensas. Los niños tienen una capacidad increíble para la fe y una apertura a lo espiritual que es inspiradora. He sido testigo de cómo pequeños actos de bondad y momentos de oración pueden tener un gran impacto en sus vidas. Por ejemplo, cada mañana comenzamos con una pequeña oración, y he visto cómo este simple acto puede traer paz y un sentido de comunidad a nuestro grupo.
Me siento inmensamente agradecida por la oportunidad de ser una guía espiritual para los más pequeños. Cada día es una nueva aventura, llena de descubrimientos y momentos de profunda conexión con Dios a través de la inocencia y la curiosidad de los niños. Mi testimonio es el de una maestra que, con amor y dedicación, busca ser una luz en la vida de sus alumnos, mostrando el camino hacia una vida llena de fe y esperanza.
Finalizo con una frase que siempre comparto con mis pequeños: «Dios nos ama a todos, y su amor es como un gran abrazo que nunca termina.» Agradezco a Dios y a la Iglesia por permitirme ser parte de esta maravillosa misión y espero continuar sembrando la semilla de la fe en los corazones de muchos más niños en los años venideros.
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