Antonio Gil nos sitúa en el verano, en ese tiempo de descanso para la gente en el que cada uno busca la formar de recargar pilas
El verano es un tiempo de descanso para mucha gente. Cada uno buscará la mejor manera de interrumpir sus actividades cotidianas para recargar las pilas. Y los más afortunados podrán incluso marcharse de vacaciones. Alguien ha sugerido que ahora es tiempo de preguntarse “qué es lo que en la vida nos va extenuando, de dónde viene la presión que nos agota tantas veces, cuáles son las cargas que resultan cada vez más pesadas a nuestros hombros frágiles…”.
Me fijaré en la oferta más hermosa para las vacaciones, la oferta de Jesús: “Venid a Mí… y yo os aliviaré”. Puede que el cansancio no sea por los duros trabajos del Evangelio, sino más bien por enredarnos en la carrera trepidante del poder y del tener. Cristo nos ofrece su Corazón para descansar, “el tesoro escondido que el Padre revela a los pequeños”. El papa Francisco nos susurra al oído: “¡No olvidemos a Jesús! ¡No nos olvidemos de abrirnos a Él y de contarle lo que nos pasa! Quizá hay «zonas» de nuestra vida que nunca hemos compartido con Él y que han permanecido oscuras».
Rabindranath Tagore evoca en uno de sus poemas ese “descanso celeste”: “Vengo a Ti para que me acaricies / antes de comenzar el día. / Que tus ojos se posen un momento sobre mis ojos. / ¡Pon tu música en mí / mientras atravieso el desierto del ruido! / Que el destello de tu Amor / bese las cumbres de mis pensamientos / y se detenga en el valle de la vida, / donde madura la cosecha”.
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