El sacerdote y periodista Antonio Gil recuerda esta semana la Fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles difuntos
Llega de nuevo la Fiesta de Todos los Santos, y la conmemoración de los Fieles difuntos. El Papa Francisco nos ha definido hermosamente cómo son los santos: “Así son los santos: respiran como todos nosotros el aire contaminado por el mal que existe en el mundo, pero a lo largo del camino nunca pierden de vista las huellas de Jesús gracias a la bienaventuranzas, que son como un mapa de la vida cristiana. Hoy es la fiesta de los que alcanzaron la meta indicada en ese mapa; no sólo lo hicieron los santos del calendario, sino también muchos hermanos y hermanas “de la puerta de al lado”, que quizá conocemos o con los que nos hemos cruzado”.
La Iglesia contempla en estos días a esos “santos anónimos”, que no han sido canonizados, pero que se encuentran ya gozando de “la plenitud de sus vidas en la intimidad con Dios”, preciosa definición del “cielo”, que nos dejó san Juan Pablo II, en el año 2000. Y a la par, nos invita a visitar los cementerios, las tumbas de nuestros seres queridos, musitando una plegaria de gratitud encendida, de recuerdos íntimos y de vivencias familiares. Me viene a la memoria una anécdota impactante, narrada por el capellán de un Hospital: “Me avisaron para que fuera a ver a una joven que enfermó de cáncer y los médicos le dijeron que ya no se podía hacer nada. Ella quería prepararse bien para morir. Cuando hablé con ella me dijo a media voz: “Mire mis manos vacías”. Entonces tomé mi crucifijo y lo puse en aquellas manos: “Ahora ya no tienes las manos vacías”, le dije.
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