El sacerdote Antonio Gil recupera las palabras de la carta pastoral de monseñor Demetrio Fernández para rememorar su labor
Antonio Gil
“Hasta siempre, queridos”, es el título de la Carta pastoral de monseñor Demetrio Fernández, en el pasado número de “Iglesia en Córdoba”, con la que se despedía de la Diócesis. A pesar de que comenzaba diciendo que “todas las despedidas son tristes”, el título concentraba sus dos grandes sentimientos en este momento: “Su amor y su presencia”. Su amor, en la palabra “queridos”; y su “presencia”, en las palabras “hasta siempre”. Decía el poeta que “aquello por lo que hemos amado a una persona (a “personas e instituciones”), eso no muere jamás”. Es cierto: Una de las principales características del verdadero amor es que permanece siempre, que no muere jamás. Por eso, el papa Francisco afirmaba que cuando “el Verbo se hizo carne, no asumió nuestra humanidad como un vestido, que se pone y se quita. No, nunca se separa de nuestra carne. Se unió para siempre a nuestra humanidad”.
En su despedida, don Demetrio coloca en primer plano de su ministerio episcopal, la promoción de las vocaciones: “Para un obispo, lo más grande que puede hacer en su vida es la de imponer las manos a jóvenes llamados por el Señor, y transmitirles el poder recibido de Cristo y de los Apóstoles para el servicio de la Iglesia”. Evoca la dedicatoria que le hiciera don Gaspar Bustos: “Me decía: Benditas manos que hacen sacerdotes. Gracias, señor Obispo”. Asimismo, la promoción de vocaciones laicales, de donde brota todo, precioso tesoro en la vida diocesana; las vocaciones a la vida consagrada y contemplativa, y a la vida apostólica en los distintos campos.
Y el final de la Carta, cercano y fraternal: “Recibid mi afecto y mi bendición, ahora y siempre”.
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