El tercer domingo de Adviento lo denominamos también, el “domingo de la alegría”. Como nos dice el Papa Francisco; “La invitación a la alegría es característica del tiempo de Adviento. Estamos en una espera alegre: la espera del nacimiento de Jesús”
Y esta dimensión de la alegría emerge especialmente hoy, el tercer domingo, que se abre con la exhortación de san Pablo: “Alegraos siempre en el Señor”.
“Alégrate”. Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también hoy. Entre nosotros falta alegría. Con frecuencia nos dejamos contagiar por la tristeza de una Iglesia envejecida y gastada. Cuando falta la alegría, la fe pierde frescura, la cordialidad desaparece, la amistad entre los creyentes se enfría. Todo se hace más difícil. Es urgente despertar la alegría en nuestras comunidades y recuperar la paz que Jesús nos ha dejado en herencia.
El Papa nos señala cuál es la primera condición de la alegría cristiana: “Descentrarnos de uno mismo y poner en el centro a Jesús. Es un dinamismo como el del amor, que me lleva a salir de mí mismo no para perderme, sino para reencontrarme mientras me dono, mientras busco el bien del otro”. El Evangelio de este tercer domingo de Adviento nos ofrece la figura de Juan el Bautista, el primer testigo de Jesús, con la palabra y con el don de la vida, “siempre señalando al Señor”. “Quien no señala al Señor, nos dice tambien el Papa, no es santo”. El Bautista es un modelo para cuantos están llamados en la Iglesia a anunciar a Cristo a los demás, “despegándose de sí mismos y de la mundanidad”.
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