La Pastoral de la Salud atiende a enfermos y familiares, acompañándolos, dándole sentido a su dolor y a través de los sacramentos. El viernes, 11 de febrero, se celebra la XXX Jornada Mundial del Enfermo, que este año tiene por lema Acompañar en el sufrimiento, una efeméride que instituyó san Juan Pablo II con el objetivo de sensibilizar sobre la importancia y la necesidad de asistir a los enfermos y a quienes los cuidan. En la Diócesis de Cartagena esta misión se lleva a cabo por medio de la Pastoral de la Salud, que cuenta con capellanes en los hospitales y en las parroquias con la Pastoral Parroquial de la Salud (Papasa). El delegado episcopal, David Magno Pujante, lo define como «un corazón que acompaña a otro corazón», ya que se trata del «servicio que la Iglesia ofrece en los momentos de precariedad de la salud; cuando hay enfermedad, sufrimiento y pérdida, ahí la Iglesia tiene una respuesta espiritual y a veces física». Un servicio que «trasciende el dolor y le da un sentido». Acompañar a enfermos y familiares es uno de los objetivos de esta pastoral, que también se extiende a los sacramentos: Unción de los Enfermos, Penitencia, Bautismo -de niños en peligro de muerte- y Eucaristía. En el caso de la Papasa, las parroquias suelen tener un grupo de visitadores de enfermos que se encargan de ir por las casas. En los hospitales, sin embargo, los capellanes están 24 horas todos los días, y aquellas personas que necesitan hacer uso de ese servicio pueden solicitarlo al personal sanitario. Una prueba de fe Vivir el dolor y el sufrimiento supone, en muchos casos, una prueba de fe y confianza. Muchas personas que se encuentran hospitalizadas, sobre todo en este tiempo de pandemia, lo viven en soledad. Pero no solo la enfermedad propia, sino también la de un ser querido al que se acompaña en el hospital. Las situaciones pueden ser diferentes, pero para todas ellas, para acompañar esos procesos y poder asistir con los sacramentos, en caso de necesidad, está la Pastoral de la Salud. Débora Alonso es una murciana que vivió en primera persona el dolor de la enfermedad propia y también la de sus hijos, uno de los cuales falleció días después de nacer. Para ella, poder tener la asistencia de un sacerdote en el hospital, que le llevaba la Comunión diariamente, la confesaba y le daba ánimos, la ayudó a superar estas situaciones: «Independientemente de la forma de ser del cura, él está ahí, en una situación extrema en la que te preguntas: ¿Dónde está Dios? Que la Iglesia está presente en el hospital, con los sacerdotes, le da sentido al sufrimiento que allí se vive. Además, cuando tú estás ingresado todo lo que te han enseñado de Dios se cae por tierra. Para mí ha sido esencial que en una circunstancia así la Iglesia se te acerque y te diga ánimo, que Dios te quiere; eso te puede salvar». Desde la Delegación de Pastoral de la Salud se está trabajando en un nuevo proyecto de voluntarios laicos para la capellanía de los hospitales: «Nuestro objetivo es poder acompañar y ayudar a gente que está sola; nosotros (los sacerdotes) solo creamos ese puente -explica David Magno Pujante-. Hay un banquillo enorme de gente con ganas de ayudar. Ellos quieren dar lo que han recibido, amor y acompañamiento».
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