«Son personas a quienes merece la pena dar la vida», Carmen Molina, 60 años misionera en Perú

Diócesis de Cartagena
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La diócesis de Cartagena es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la catedral de Santa María, situada en la ciudad de Murcia.

Carmen Molina, misionera murciana de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, ha visitado al obispo de Cartagena antes de regresar a la selva amazónica de Perú. Los pueblos amazónicos donde sirve le han hecho llegar al obispo un ‘tawas’, su máxima expresión de autoridad, en señal de cercanía. Carmen Molina García, nacida en La Ñora (Murcia), pertenece a la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús, una congregación exclusivamente misionera; y lleva toda una vida entregada a la evangelización. «Llevo casi 60 años en la selva amazónica del Perú, donde intento compartir la vida y ofrecer la buena noticia del Evangelio a los hermanos que están allá, muy lejos de nuestra realidad humana y eclesial. Pero realmente son personas a quienes merece la pena dar la vida, y estoy muy decidida a hacerlo», dice la misionera murciana, con total convicción. En concreto, Carmen Molina vive en el noroeste de Perú; una zona de selva situada en los afluentes del río Marañón. Allí están asentados unos grupos llamados originarios: los awajún y wampis, que los vicariatos –la Iglesia amazónica– acompaña especialmente impulsando la educación y la salud. La actitud de estos pueblos ante la Iglesia y la labor misionera es, ante todo, de acogida: «Nos sienten compañeras, nos sienten cercanas, nos sienten familia. Sienten que queremos vida para ellos. Luchamos con ellos, disfrutamos con ellos, trabajamos con ellos, sufrimos y gozamos con ellos», recalca. Un regalo desde la Amazonía para el obispo de Cartagena Aunque la misionera se siente muy integrada en su destino, también le gusta vivir sus raíces culturales y de Iglesia. Cada tres o cuatro años, acude a España tres meses de vacaciones para ver a su familia, visitar al obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, y transmitirle la labor realizada en la misión. De igual manera, habla con frecuencia del obispo a sus comunidades, para que puedan sentirlo cercano. Ante un donativo que el obispo hizo llegar a la misión, el pueblo awajún quiso mostrar su agradecimiento, y cuando se preguntaron qué regalo ofrecerle, escogieron un tawas, hecho con material de la selva, que es para ellos la máxima expresión de autoridad. «Es el símbolo del jefe del poblado», explica la misionera; y añade que han querido mostrar que, si es jefe de la Iglesia, también lo es de ellos. En su visita a España, Carmen Molina le ha entregado el tawas al obispo. Un símbolo, para ella, de la Iglesia en salida que pide el Papa, de «acercar a las iglesias unas con otras y vivir este sentido misionero donde todos salimos al encuentro». El principal problema de la Amazonía: la contaminación La misionera relata, además, la preocupación que despierta la contaminación y el menoscabo de los recursos naturales del Amazonas provocado por las multinacionales, que entran con facilidad en la economía de la zona y condicionan los gobiernos locales. «Están envenenando las quebradas y los ríos», lamenta Carmen, y explica cómo, en las instalaciones de estas multinacionales, son frecuentes los escapes de petróleo, que ya han llegado al río Marañón. «La vida de los pueblos originarios depende de la selva y de los ríos, por el alimento que proporcionan los peces, y están muy contaminados. Ese es el dolor más fuerte que tenemos los misioneros: ver que están atropellando sus vidas». Un problema contra el que luchan los obispos de la zona desde hace tiempo. «El pueblo sabe que la Iglesia está con ellos y que les está defendiendo», puntualiza. Solidaridad y sensibilidad Antes de regresar a la misión, Carmen Molina lanza una petición: que allí donde nos encontremos crezca la solidaridad y la sensibilidad hacia estas realidades. Pide colaborar en el cuidado de la creación, porque la limpieza del planeta repercute en los lugares más desfavorecidos; y unirnos para, ante causas de defensa justa, colaborar en lo posible. «Las ayudas llegan y repercuten en la vida de la gente; y donde hay vida, ahí está Dios», concluye.

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