Una fuerte confesión de fe

Escrito del Obispo de Cartagena en el XII Domingo del tiempo Ordinario. 

La fama de Nuestro Señor se estaba extendiendo de una forma admirable por su tierra, de tal forma que era normal que fuera buscando lugares apartados y tranquilos para rezar e instruir a sus discípulos, cosa que se ve con claridad desde el principio, de cómo tomó muy en serio prestarle atención al pequeño grupo de incondicionales. Nos podemos imaginar lo que tuvo que pasar para llevar adelante su ministerio, el de la predicación, la oración y la instrucción a sus discípulos; cada día sería una aventura porque la gente le salía al encuentro buscando sus palabras y sus poderes sobrenaturales. En esta ocasión, el Evangelio nos ha situado dentro del círculo de sus discípulos, allí donde ellos le cuentan los acontecimientos del exterior y allí donde se sorprenden de la sabiduría de las respuestas de Jesús. Jesús les hace confidentes de sus pensamientos, de las preocupaciones que llevaba a su oración y les pregunta por lo que piensa la gente de Él. ¡Cómo es el Señor!, no le hacían falta esas informaciones, sino más bien lo que pretendía era que respondieran a la llamada del Señor cada uno de ellos con valentía, pero ahí les vemos “sacando balones fuera”, excepto Pedro, que se atreve a hacer una firme confesión de fe.

Jesucristo les pone a pensar en dos direcciones, una acerca de Él mismo, de lo que debe padecer, de que va a ser desechado, maltratado, ejecutado y de que al tercer día resucitará; y en segundo lugar, de lo que espera de ellos si deciden seguirle: que se nieguen a sí mismos, que carguen con su cruz cada día y se pongan en camino tras Él. Puede que a alguien le extrañe cómo se ha presentado Jesús, poniendo por delante el misterio de su pasión, sus sufrimientos y dolores… y que si alguno decide seguirle, que sepa que debe coger la cruz cada día, ¡menuda propaganda! El Señor sabía lo que hacía, sabía que en ese tiempo había muchas expectativas de mesianismos terrenales y Él les salió al encuentro antes, para que no se confundieran. Mientras la gente esperaba un mesías terrenal, la misión de Cristo es otra, traer el rescate de la infinita deuda contraída con el Padre por causa del pecado. Lo que Jesús trae es la salvación, la misericordia, el perdón de Dios y esto es más grande que todas las expectativas de reinos y poderes humanos. Jesús quiere que no se hagan falsas ilusiones, sino que escuchen sus palabras y que vean su testimonio de vida, desde luego muy lejano de los criterios mundanos. Esta es la escuela de Jesús.

Otro tema que nos sugiere la Palabra es el de la llamada y de las condiciones que le pone el Señor al llamado, especialmente las de negarse a sí mismo y cargar con la cruz. Nuestro descanso está en que Él es el que lleva la iniciativa. Nadie se hace a sí mismo discípulo, el que invita se ha adelantado a pedírtelo antes; tú puedes ponerte en camino hacia Jesús, pero sólo después de que el Señor haya salido a tu encuentro; sentir la llamada al seguimiento es sentirse escogido, alcanzado y ganado por el Señor Jesús y, luego, todo es gracia, es un regalo y una implicación en la misma aventura que lleva Él, anunciar el perdón y la misericordia de Dios. A todos nos vendrá bien releer esta Palabra.

+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena

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