En este tiempo de Adviento nos va preparando la liturgia para acoger a Nuestro Señor, primero por medio de la Palabra que viene a nosotros en medio de las tormentas y de las tribulaciones que estamos viviendo, en medio del desierto por el que estamos pasando. Ya sabemos que para Dios no hay dificultad que no pueda superar y siempre procura hablarnos al corazón, incluso en el desierto, porque este es también lugar de encuentro con Dios. Nuestros ojos están centrados en Juan el Bautista, el profeta que habla en el desierto del amor salvador de Dios, un amor que nos llevará a que tengamos experiencia de Dios, que nos ofrece la salvación para todos. El detalle más hermoso de la predicación de Juan el Bautista es que nos hace ver cómo Dios ha cumplido su promesa, la que nos anunció el profeta Isaías, que la salvación de la humanidad ya es un hecho, porque está en medio de nosotros ya el que tiene poder para allanar los senderos, rellenando los valles y abajando las colinas; del que puede enderezar los caminos tortuosos y nivelar los ásperos; del que nos trae la salvación.
Recibir a Dios en nuestras vidas es lo más importante que debemos hacer, lo más importante. El reino de Dios está cada vez más cerca. Nadie puede detenerlo. Dios nos trae el amor y la verdad a los todos los hombres, cansados de tanta mentira y del imperio del egoísmo, además, lo ofrece gratis. La Iglesia nos prepara para estos acontecimientos con la contundencia de la sencillez. En Adviento comenzamos a caminar hacia una verdadera conversión, el camino es largo y no es posible tomar atajos: es necesario que toda persona abra los oídos y acoja libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen nunca: tocan a la puerta del corazón y de la mente y, allí donde pueden entrar, ofrecen paz y alegría. Esta es la manera de reinar de Dios; este es su proyecto de salvación, un misterio, en el sentido bíblico del término, es decir, un designio que se revela poco a poco en la historia.
Juan el Bautista nos sigue gritando en el desierto de este mundo: «¡Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos!». Es el grito del profeta que nos hace tomar conciencia de la tarea que nos pide Dios a todos, ser misioneros del amor y de la misericordia, heraldos de buenas nuevas, evangelizadores, para ofrecer el amor y la verdad de Dios a todos, la paz y la alegría. Procura no detener el paso y sal a la calle a hablar de Dios, a tus familiares y amigos, a padres e hijos. Es el grito del Adviento.
¿Qué te parece si en estas tres semanas que quedan para Navidad logras hacer una verdadera conversión, preparándote para el encuentro con Jesús, enderezando las sendas de tu vida y recibiendo la gracia del reino? La conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se irá manifestando en acciones nuevas, es decir, en una vida nueva. Participa de la liturgia en este tiempo, haz sincera oración delante del Señor, confiesa tus pecados en el Sacramento de la Reconciliación y ¡prepárale el camino al Señor! Unidos en la oración y en la esperanza.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena