Homilía del Obispo de Cartagena en la Misa del 10 de mayo en la Catedral, donde 19 adultos recibieron el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
Queridos hermanos
Os saludo con un afecto especial y miro al cielo esta tarde con una alegría incontenible, porque en vosotros está haciendo el Señor una bella historia, aunque no seamos capaces de entender todos los detalles, pero sabemos que Dios está aquí, esta tarde, ofreciéndoos el regalo más bello: El perdón de los pecados, la filiación divina, la incorporación a la Iglesia y la confianza para que podáis vivir como testigos de su amor, como profetas, sacerdotes y reyes.
Mediante la recepción de estos sacramentos de la Iniciación Cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, vais a poner los cimientos de vuestra vida cristiana. La gracia de Dios se vuelca con vosotros, os inunda y podéis sentiros privilegiados, como cualquier cristiano, por este regalo inmenso de Dios: hoy nacéis a la fe, crecéis con la fuerza del Espíritu en ella y participáis del alimento que sustentará vuestra vida, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que no decaigáis en el camino y lleguéis a ser santos.
Dios os ha acogido hoy, como el padre de la parábola del hijo pródigo, entre sus brazos, como cosa suya y quiere que os sintáis cómodos sabiendo que tenéis ya un hogar, una casa, unos hermanos y una tarea. En la casa del Padre se le escucha como hijos, la Palabra de Dios es ya vuestra compañera de viaje, porque os irá enseñando el camino, iluminándolo para que vuestros pasos no se desvíen de la Voluntad de Dios y adquiráis el estilo y la manera de ser de Nuestro Señor. Leed la Biblia de una manera ordenada, buscad que os ayuden, porque es una necesidad. Me consta que algunos de vosotros estáis en las Comunidades Neocatecumenales, pues felicidades, porque veréis cómo iréis creciendo en la fe; otros estáis en otros movimientos, o viviendo la fe en la parroquia. Os felicito igualmente y pido a los párrocos que os ayuden ofreciéndoos posibilidades de madurar en esta gracia que habéis recibido hoy.
Vosotros sois mayores, habéis venido libremente, habéis recibido unas catequesis que os han ayudado a conocer más a Dios y lo que significa dar este paso, pues, atención, que no se os olvide nunca y que pongáis las condiciones para crecer, madurar en la fe. Lo que os pido es que abráis los ojos, para que esta aventura de seguir a Cristo sea vuestra seña de identidad, como un verdadero bautizado, evangelizado y creyente, dispuesto a compartir tu experiencia de comunidad y comprometerte en las tareas de la Iglesia. No permitáis que al volver a casa y a las actividades de cada día se borren estas palabras de Jesús, no permitáis que lo efímero, lo que se lleva el viento, sea el protagonista de vuestras horas y días. El protagonismo lo debe tener siempre Cristo, la caridad y la misericordia de Nuestro Señor. No caigáis en la tentación de pensar que ser cristiano es estar envuelto en lo oscuro de un rostro frío, dolorista y triste, porque esa no es la realidad. A partir de este momento vuestra vida ha dado un giro profundo, de 180 grados, habéis puesto el rumbo de vuestra nave hacia el Señor y esto marcará vuestra existencia, porque se verá iluminada por otro sol: Cristo, con otra luz y otro calor, el amor. El Papa Francisco nos ha dicho que quien vive la misericordia, la caridad, bebe en la fuente de alegría, de serenidad y de paz… Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados.
Queridos catecúmenos, estar cerca de Dios nos lleva a estar cerca de los demás, por eso no podremos olvidar la caridad, como un estilo que caracteriza al cristiano, pero, junto a esto debemos seguir apoyando la cabeza en el pecho de Jesús, para escucharle, para hablarle, para conocerle más. Nuestra condición es frágil, por eso debemos estar advertidos de que el adversario acecha para ver a quien devorar y hay que estar vigilantes y alerta, para no caer en la tentación (Mt 26, 41). Es preciso asegurarnos los vínculos más fuertes para mantenernos unidos al Señor, la manera de que ni en las tormentas más violentas nos separen de Él. En el Nuevo Testamento nos desvela el Señor el poder de la oración. La oración, pues, había de ser para los Apóstoles el modo concreto y más eficaz de participar en la «hora de Jesús», de enraizarse en Él y en su misterio pascual. Sin la oración existe el peligro de aquella «tentación» en la que cayeron por desgracia los Apóstoles cuando se encontraron cara a cara con el «escándalo de la cruz» (cfr. Gál 5, 1 l). Dentro de las responsabilidades y las tormentas de la vida la oración es el medio que nos permite permanecer constantemente en Cristo, de «velar» con Cristo.
Mucho ánimo, que el Señor no os defraudará, le encontraréis cada vez que os reunáis en torno al pan de la Palabra y de la Eucaristía, que es la fuerza del Espíritu que se nos da en abundancia. Lo encontraréis también, a diario, en cada uno de nuestros hermanos y en las realidades de nuestro mundo, así como en nosotros mismos cuando seáis capaces de trabajar por el bien y de luchar contra el mal. Ya veréis como en la misma liturgia os irá preparando el Señor y cada día escucharéis una palabra que os animará a la CONVERSIÓN, a cambiar de rumbo, para ser menos egoístas, menos sensuales, menos vanidosos… y ser más como Jesús. Nuestro Señor no nos engaña cuando nos habla que para ser como Él hay que aprender a no despreciar la Cruz.
Tendréis a esta Iglesia de Cartagena, vuestra familia, vuestra casa, vuestro hogar, rezando por vosotros, para que seáis fuertes, por eso, después de recibir los sacramentos de la Iniciación Cristiana os voy a regalar una cruz que va a ser vuestra compañía siempre, en ella veréis la dirección de vuestros pasos. Guardadla cerca de vuestro corazón. Vais a recibir una vestidura blanca, la señal de que habéis recibido una vida nueva, que sois nuevas criaturas y recibiréis la luz de la fe, representada en el cirio encendido que sostendréis en vuestras manos para confesar la fe. Dejaos guiar por Cristo, mantened limpias vuestras blancas vestiduras y no apaguéis esa luz en vuestro corazón.
Que nuestra Madre, la Virgen María os proteja, que a Ella os encomiendo.
+José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena