Ordenación de presbíteros y diáconos

Homilía del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes en San Pedro del Pinatar, el 29 junio del 2013.

Excmo. Rvdmo. Sr. Obispo de Huesca y Jaca

Queridos Vicarios Episcopales

Queridos Rectores y Formadores de los seminarios diocesanos Redemptoris Mater y San Fulgencio de la Diócesis de Cartagena

Queridos hermanos sacerdotes, religiosos y seminaristas

Querido Sr. Cura Párroco de San Pedro

Queridos candidatos a órdenes sagradas

Queridos padres y familiares

Queridos feligreses, hermanos y amigos

En la Solemnidad de San Pedro y de San Pablo tenemos el gozo de celebrar vuestra ordenación de diáconos y de sacerdotes. Muchas felicidades de antemano a cada uno de vosotros, a vuestros familiares y a los hermanos venidos de las distintas Comunidades a las que pertenecéis. Que Dios os bendiga a todos.

Casi todos vosotros estáis caminando y vivís la espiritualidad del Camino Neocatecumenal desde hace muchos años. Si hacéis un repaso a vuestra historia y a la respuesta que le disteis al Señor cuando os sentisteis llamados por Él, podréis comprobar como Dios ha estado grande con vosotros y estáis alegres; que habéis recibido un hermoso regalo, el ser sacerdotes del Señor, profetas y heraldos de la Buena Nueva. También conocéis lo que esto supone, entregar la vida a Cristo, así que no tengáis miedo.

Sería interesante que hicierais memoria de la llamada que os hizo el Señor y reconozcáis la cantidad de mediaciones que habéis tenido en este itinerario. Yo no puedo ir más atrás, así que comenzaré por la etapa de Seminario, como la Iglesia os ha ayudado, con la pedagogía de una madre, a conocer el Misterio del Amor y entrega de Jesús, hasta dar la vida; os ha inserido en el camino que Él mismo ha recorrido y os ha enseñado a valorar la importancia de obedecer la voluntad del Padre, teniendo siempre como modelo al Señor Jesús; os habéis ejercitado en los valores humanos (prudencia, justicia, rectitud, lealtad, sinceridad, fortaleza, generosidad, sobriedad…) y en las virtudes cristianas (fe, esperanza, caridad, obediencia, humildad, pobreza) y os esperan las virtudes sacerdotales (celo, castidad, piedad; celebración diaria de la Eucaristía, Liturgia de las Horas y devoción mariana). Como agua mansa ha derramado el Señor la gracia sobre vosotros para que deis fruto abundante.

De no menor valor ha sido la mediación que os ofrece el Camino Neocatecumenal, muy digna de tener en cuenta, tanto en el estado laical, como al dar el paso al sacerdocio. Esta experiencia de vida os ha potenciado la escucha de la Palabra, con el ejercicio frecuente de saber escrutarla, acercándoos más al corazón de Dios y dejándoos iluminar la vida por ella misma. La celebración de la Eucaristía os ha llevado a gozar de la Sagrada Liturgia y a través de los ritos y signos habéis sentido como el Señor siempre ha tocado vuestro corazón, poniéndolo a Él en el centro de vuestra vida, siendo capaces de renunciar a todo lo vano, inútil y mundano. Os ayuda a crecer como discípulos del Señor la misma estructura de Comunidad que tenéis, según el modelo que se describe en los Hechos de los Apóstoles, con un solo corazón y una sola alma. Sois Iglesia, os sentís Iglesia y queréis a la Iglesia y cada día estáis invitados a proclamar las grandezas del Señor, eso sí, comenzando por estar unidos, valorando la Comunión como estilo y reconociendo al Santo Padre en la Iglesia universal y al Obispo, en la Iglesia particular, como vínculos de comunión.

Os han ayudado a entender lo que significa poner vuestra mirada en Cristo y a dejar todo lo demás, a permanecer en los valores del Reino y a descubrir que no hay mayor tesoro que estar con Jesús, con el que te da la vida; os han enseñado a distinguir entre los caminos que os llevan a la vida y los que os conducen a la muerte…; el valor de la predicación del Kerygma, de la catequesis, de poneros a disposición de la Iglesia, ligeros de equipaje para seguir a Cristo…

Hoy, con la ordenación de diáconos de Pedro, Galo y Julián y con la ordenación sacerdotal de José y Eduardo comenzareis otra etapa en vuestra vida, ahora os toca contar la Buena Nueva con nuevo vigor, con nuevo ardor. La predicación de la Palabra es normalmente el canal privilegiado para la transmisión de la fe y para la misión de evangelización, este es nuestro desafío, por eso, para los de dentro y para los de fuera, para los creyentes y para los no creyentes, vosotros, diáconos y sacerdotes, debéis haceros la misma pregunta de San Pablo: «¿Cómo creerán sin haber oído? y ¿cómo oirán si nadie les predica?» (Rom 10, 14). La respuesta a estas preguntas nos urge a una buena preparación permanente, con seriedad y responsabilidad, para poder servir mejor.

Comenzaréis los sacerdotes una vida apasionante; vais a entrar en otra familia, la del presbiterio diocesano, donde todos tenemos la misma meta: ser santos en el ejercicio del ministerio sacerdotal, ser servidores y responsables de los hermanos que se nos han confiado; maestros de la fe, llamados a proclamar sin descanso, con la palabra y con el ejemplo, todo lo que se contiene en el Catecismo de la Iglesia Católica. Os tocará perdonar los pecados, liberar de las ataduras del pecado a los hermanos mediante el sacramento de la reconciliación, el ejercicio del amor misericordioso, que no debe dejarse nunca, estando siempre disponibles para quien lo necesite. Para todo esto, os ruego que no os abandonéis, manteneos con el ardiente deseo de una constante formación permanente y, como Obispo, unidos al presbiterio, que a ninguno le está permitido ir por libre.

No tengáis miedo en este paso que vais a dar, que nunca os faltará la ayuda de Dios: «Antes de haberte formado yo en el seno materno —dice el Señor al profeta Jeremías—, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado yo; profeta de las naciones te constituí» (Jr 1, 5). Para una vida sacerdotal auténtica es absolutamente necesario tener clara conciencia de la propia vocación; pertenecéis a Dios, sois propiedad de Dios y a Él os debéis, porque ha sido Él quien os ha formado. El sacerdocio es un don que os viene de Dios, a imagen de la vocación de Cristo, sumo sacerdote de la nueva alianza: «Nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón» (Hb 5, 4).

En vuestro caso, no se trata, pues, de una función fruto de vuestros méritos, sino de una vocación libre y exclusiva de Dios que, como llama al hombre a la existencia, os ha llamado también al sacerdocio, por la mediación de la Iglesia. Pensad en vuestro interior lo que supone vuestra ordenación, que mediante la imposición de las manos del Obispo y la oración consagratoria, seréis ministros y continuadores de la obra de la salvación, realizada por Él, por medio de Cristo en el Espíritu Santo.

Cuando seáis sacerdotes, serviréis a los hermanos en muchos ámbitos de la vida, pero especialmente en la oferta de los sacramentos, signos eficaces de la gracia, «in persona Christi capitis», anunciaréis la palabra divina, celebraréis la eucaristía y difundiréis el amor misericordioso de Dios que perdona, convirtiéndoos así en instrumento de vida, de renovación y de progreso auténtico de la humanidad. Sí, vais a ser instrumentos muy válidos en las manos de Dios, pero también constructores de una sociedad más cercana al Plan de Dios. Vuestra tarea no irá por los caminos de la administración de bienes perecederos, ni proyectos sociopolíticos, sino sobre algo muy hermoso, como es la vida sobrenatural y eterna, enseñando a leer e interpretar, a la luz del Evangelio, los acontecimientos de la historia. «Vuestra fuerza – decía Pablo VI – no son las armas, las riquezas, vuestra gloria está en la Palabra de Dios, en el Evangelio… el amor es vuestra f
uerza». Vais a ser pastores de almas, sin deteneros en pedir nunca nada, al contrario, todo para dar, os debéis dar a vosotros mismos. Vuestra autoridad estará en que podéis llamar amigo a todo el que os encontréis. Si os responde le podréis llamar hermano e hijo… «Vamos, pastores – decía Pablo VI – por todos los caminos del mundo; desvelemos a todos los pueblos su dignidad, su libertad, su misión en este mundo y en el otro… y no tengáis miedo que el Señor está con vosotros».

La razón de este estilo de vida, de la menara de ser y de hacer las cosas, también en el marco de la nueva evangelización, tiene una explicación, que estáis «radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo» (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 18).

En este templo tan bello y antes de salir como diáconos y sacerdotes me vais a permitir que os diga algo importante que debe tener en cuenta un cura:

A. Sois sacerdotes al servicio de la conversión.

Se trata de una primera lección que nos da un sacerdote santo, San Juan María Vianney. Llegó a Ars, una pequeña aldea de 230 habitantes, advertido por el Obispo sobre la precaria situación religiosa: «No hay mucho amor de Dios en esa parroquia; usted lo pondrá». Bien sabía él que tendría que encarnar la presencia de Cristo dando testimonio de la ternura de la salvación: «Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida». Con esta oración comenzó su misión. El Santo Cura de Ars se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado. Sed santos.

B. Sacramento de presencia y de servicio al pueblo a él confiado.

Una nota de especial importancia, debéis vivir en la parroquia, en el lugar donde se os ha encomendado, en medio de los que se os han confiado, con su gente… Es el sacramento de la presencia, estar cercano, compartir la realidad de vuestro pueblo, echarle tiempo para poder visitar sistemáticamente a los enfermos y a las familias, organizar misiones populares, cuidar las fiestas patronales, atender las obras de caridad, rezar, preparar con dignidad los sacramentos, mantener limpia la iglesia, cuidar los tiempos litúrgicos con los signos adecuados, la catequesis, catecumenado de adultos… lectura espiritual y formación personal…

El Cura de Ars emprendió en seguida esta humilde y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santidad del ministerio confiado, «viviendo» incluso materialmente en su Iglesia parroquial: «En cuanto llegó, consideró la Iglesia como su casa… Entraba en la Iglesia antes de la aurora y no salía hasta después del Ángelus de la tarde. Si alguno tenía necesidad de él, allí lo podía encontrar», se lee en su primera biografía.

C. El ejemplo de la propia vida y del fervor del sacerdote.

La mejor predicación es el ejemplo de vuestra propia vida y en eso tenéis mucho por hacer, escuchar y sentir a Dios cercano, porque Dios lo está haciendo todo nuevo, el Espíritu Santo nos transforma verdaderamente y quiere transformar, contando con nosotros, el mundo en que vivimos. Mantened siempre la puerta abierta a Nuestro Señor y a los hermanos.

El camino de la Iglesia, y también nuestro camino cristiano personal, no son siempre fáciles, puesto que encontramos dificultades, pero no temáis, las tribulaciones forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, mirad siempre a Jesús y aprended como ha sido glorificado, pasando por la Cruz.

Que Dios os bendiga a todos y rezad por los sacerdotes, os lo ruego, para que nunca miremos hacia atrás, sino que pongamos nuestra confianza en el que nos ha llamado para entrar en la tierra nueva, en la Vida.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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