Homilía del Obispo de Cartagena en la parroquia de Santa María de Gracia.
Queridos hermanos sacerdotes,
Ilmos. Vicario General y Vicarios territoriales
Rector y formadores del Seminario Mayor San Fulgencio y
Rector y formadores del Seminario Mayor Diocesano Redemptoris Mater
Queridos religiosos y religiosas,
Seminaristas,
Candidatos al diaconado,
Queridas familias,
Queridos hermanos y hermanas.
La Santísima Virgen de la Caridad ha tocado nuestro ser de tal manera que nos quiere ver cerca del corazón de su Hijo Jesús a todos los que estamos celebrando esta Eucaristía y estas Órdenes Sagradas. Ha sido su voz, su ejemplo de amor y entrega al proyecto salvador del Padre el que nos ha seducido, por eso podemos cantar las alabanzas a Nuestro Señor. ¡Felicidades, Iglesia de Cartagena! Gracias por este regalo, Señor, que haces a tu Iglesia, porque estos jóvenes han vivido un largo tiempo de escucha de tu Palabra, han entendido que les has hablado y abrieron el oído, su tarea ha consistido en este tiempo en dejar que tu Palabra calara hasta lo hondo de su ser, meditarla y hacerla vida y lo que les espera ahora es anunciarla.
Sabéis que el responsable es Jesucristo que os ha dicho en la intimidad: «Id y haced discípulos…». El Papa Francisco explica este instante de una manera admirable en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, cuya lectura os recomiendo a vosotros y a todos. Dice el Santo Padre que esta ha sido la tarea encomendada por el Señor desde siempre, salir. Salir de las comodidades y atrevernos a llegar a las periferias de los hombres que necesitan de la luz del Evangelio. Pero, atención, no a cualquier precio, sino con «las pilas cargadas», llenos de la alegría por la experiencia de hacer las cosas del Señor, porque la alegría –dice el Papa-, es el signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando su fruto.
Mucho ánimo, queridos ordenandos, no os espera un futuro incierto, porque ya el presente es bello y la seguridad os viene del Señor, no de vuestras fuerzas o cualidades y talentos, viene de Él que es el que da el crecimiento a la semilla de la Palabra que anunciaréis. La semilla crecerá sola, superará vuestras previsiones y sus frutos brillarán como la luz del sol. Pero nunca olvidéis que fue obre de Dios, vosotros habréis colaborado en llevarla y sembrarla. Vuestra misión es la itinerancia, de ninguna marea a apegar el corazón a las cosas ni a los lugares, la misión es la del éxodo, salir y caminar a otro lugar, como les enseñó Jesús a sus discípulos: «»Todo el mundo te busca, -le dijo Simón al Señor cuando estaba en oración-. Él les responde: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar allí también; que para eso he venido»» (Mc 1, 38).
Este es el programa de vida, parece sencillo, pero abrir los ojos para que no os engañe el demonio. Es cierto que os acompañará siempre el corazón, es inevitable, pero controladlo, para que no sea él el que os lleve. A vosotros os guía la fe, la palabra que le habéis dado al Señor, que llevada con el corazón os hará dulces de carácter y misericordiosos para comprender, pero no le dejéis el mando al corazón, porque él siempre apunta al yo, a los afectos, a los intereses propios y entonces puede ser que corráis el riesgo de comunicar el mensaje del Señor mutilado y reducido a aspectos secundarios y así no presentaréis el verdadero rostro de Cristo.
¡Despegados de este mundo, libres os quiere el Señor! Os encargará anunciar lo esencial, lo más bello, lo más grande y atractivo, lo mas necesario: la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesús muerto y resucitado; confianza y entrega a la acción del Espíritu Santo, que es el que hace crecer a la Iglesia, por medio de la acción misionera, con el amor y el testimonio de vida.
Apoyado en las palabras del Papa Francisco os ofrezco estos criterios para vuestra propia vida y para la tarea evangelizadora de la Iglesia, a la que comenzáis vosotros a servir como diáconos:
• Aprender a adelantaros, es decir, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro de los alejados, ir a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos y brindar la misericordia que habéis experimentado del corazón de Dios.
• Saber involucrarse, como Jesús, que lo vemos poniéndose de rodillas lavándole los pies a los discípulos. La Iglesia se mete con obras y gestos en las vidas de los demás; achicar distancias, asumir la vida de los demás tocando la carne sufriente de Cristo, en los pobres y necesitados. Esto es oler a oveja.
• Saber acompañar. Acompañar a la humanidad en los momentos duros y largos; saber de esperas largas y aguante apostólico; saber de tener paciencia.
• Saber fructificar. El Señor os quiere fecundos, con la sabiduría para cuidar el trigo y no perder la paz con la cizaña; os quiere capaces de dar la vida entera, hasta el martirio. Vuestro sueño no es luchar contra los enemigos sino ofrecer la Palabra y que ésta sea acogida.
• Saber festejar. Cada paso adelante que deis se festeja, aunque sea pequeño. La evangelización se vuelve belleza en la Liturgia, prepararla con mimo, como lugar de encuentro con el Señor. Él es nuestra fiesta, nuestro gozo y salvación.
Tenéis un punto de referencia en el horizonte de vuestra vida que os ayudará a saber si estáis en línea o no: la caridad. Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu. La misericordia es la vía para acceder al corazón de Cristo. Por esto, el Papa les dice a los sacerdotes que el confesionario no es una sala de torturas, sino el lugar de encuentro con la misericordia de Dios.
Se os pide salir, predicar, anunciar a Dios a los hermanos, pero recordad que antes sois oyentes de la Palabra, discípulos atentos de la sabiduría de Dios. Esta lección tampoco se os puede olvidar, que la cruz de Cristo no sólo muestra el silencio de Jesús como su última palabra al Padre, sino que también revela que Dios habla a través del silencio. La experiencia de Jesús en la cruz es profundamente reveladora de la situación del hombre que reza y de la culminación de la oración: después de haber escuchado y reconocido la Palabra de Dios, debemos mesurarnos con el silencio de Dios. Este silencio de Dios, como pasó con Jesús, no quiere decir que esté ausente. El cristiano sabe bien que el Señor está presente y escucha, incluso en la oscuridad del dolor, del rechazo, y de la soledad.
En este preciso momento necesito deciros que no olvidéis lo fundamental, la necesidad de detenernos, de vivir a diario los momentos de intimidad con Dios, «desconectándonos» del ruido de cada día, para escuchar, para llegar a la «raíz» que sostiene y alimenta la vida, Jesucristo, para salir con fuerza a cumplir su mandato de anunciar a todos el Evangelio.
Que Dios os bendiga.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena