Misa con la Virgen de la Fuensanta

Homilía del Obispo de Cartagena el Martes de Pascua de 2013.

M.I. Sres. Canónigos.

Sacerdotes, religiosos, seminaristas

Excmas. e Ilmas. Autoridades

Reina de las fiestas y damas de honor…

Huertanos y huertanas

Hermanos y hermanas

Hace unos días, por esta plaza ha pasado de la Pasión de Cristo. Todo el drama del sufrimiento, dolor y muerte de Nuestro Señor… hemos vuelto a ver el rostro ensangrentado de Jesús en la Cruz, sus entornados ojos en la traición del beso de Judas, su serena mirada ante la decisión de Pilatos, la misericordia con el buen ladrón. Han sido momentos de reflexión y oración, no sólo un espectáculo público, la catequesis más bella que miles de personas con túnicas de nazareno nos han dado en estos días. Todas las cofradías significaron el dolor de la Virgen María por la muerte de su Hijo, daba una pena verle con su pálida cara y sus manos abiertas al cielo o sujetando su corazón atravesado… Pero, lo más hermoso es saber que dentro de tanto dolor hay un corazón que late por Dios, con una firme decisión de hacer su Voluntad, por esa razón la hemos visto dolorosa, pero firme y fuerte junto a Cristo. Este es el mejor y el más bello testimonio que nos ha dado la Santísima Virgen.

Hoy, los murcianos veneramos a la Fuensantica, felicitamos a la Madre por la Victoria de su Hijo y dirigiéndonos a ella le decimos, como canta en estos días la Iglesia: «Regina caeli, laetare. Alleluia», «¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!». Así recordamos el gozo de María por la Resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el «¡Alégrate!» que le dirigió el ángel en la Anunciación. Esta es nuestra alegría, el triunfo de Jesús sobre la muerte, del que nos hace participes a la humanidad entera, por los méritos de su Pasión y Muerte en la Cruz.

¡Gracias, Señor, por el regalo de tu Madre! Dios conoce lo que supone para una persona una madre buena, por eso nos la ha dado, sellando su palabra en un momento solemne, clavado en la Cruz: «Ahí tienes a tu hijo». Nuestra experiencia nos dice que una madre te asegura la ternura; nos protege, nos cuida y defiende; cuando el padre se ausenta, la madre queda al frente del hogar; cuando estas enfermo, el calor de la madre te cura; cuando un hijo llora, la madre le consuela y si se aparta del buen camino, la madre sufre, llora y le habla al corazón, ella siempre le espera y le ofrece sus brazos abiertos. Todo esto es para nosotros la Virgen de la Fuensanta y los murcianos podemos decir con San Bernardo que «Dios pudo hacer un mundo mejor y un cielo más grande; pero no una Madre de mayor grandeza que María.»

María no ha ocupado muchas páginas de discursos en el Nuevo Testamento, pero su ejemplo es la mejor lección que se nos puede dar. Si Cristo nos viene por María, nosotros sabemos que ella es el mejor camino para ir a Él, como dice el himno, «oración que sube al cielo, pasa por tu camarín». De ella hemos aprendido a hacer la Voluntad de Dios, siempre con los oídos abiertos y de ella hemos aprendido a guardar todas las cosas en el corazón» (Cf. Lc, 2, 19). Ha dejado que la Palabra de Dios entrara muy hondo en su ser.

Eso nos ha enseñado la Virgen, a abandonarnos en Dios, que quien lo hace puede cantar un Aleluya perenne e inmutable, un canto de esperanza, un grito de exultación y de gozo, un himno de gratitud, un estallar de alegría por saberte hijo de Dios. Nos pide una fe total y un amor de entrega absoluta y sin reservas. Hemos aprendido de ella que para llegar a Dios, nada mejor que buscarlo con sincero corazón. María es nuestro modelo de fe, de confianza en Dios, aún en situaciones adversas. Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, la Virgen María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección» (Juan Pablo II. Catequesis 1996). La espera que vive la Madre del Señor en el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

Nada hay que nos impida pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la primera discípula, la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe. La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

Santísima Virgen María, Virgen de la Fuensanta, bendita entre todas las mujeres, estrella que nos orientas en la oscuridad, guía y señal que nos llevas a Cristo, mujer llena de gracia y modelo de fe toca con tu suave mirada nuestro duro corazón, llena de esperanza nuestros negros días y permite que veamos en ti al fruto de tu vientre, Jesús.

«¡Virgen de la Vega! 
Reina del grandioso milagro de flores… ¡enciende nuestras almas con el ejemplo de tus bellos amores!» 
Tu cara morena nos embelesa, 
tus ojos mirando a tus hijos nos seducen, más cuando nos das el mejor regalo, el tesoro de tu hijo sobre tu mano. ¡Divina magnolia! ¡Flor de nuestra Vega! Sabes que te queremos con el alma, que nos tienes a todos los murcianos rendidos a tus pies, que eres nuestra señal de identidad.

Para terminar, quiero hacerte la misma plegaria que te hice el año pasado: «Fuensantica, morenica, eres nuestro consuelo, el camino más seguro para ir al cielo. ¡Acoge, Madre, todas las oraciones que pasamos por tu Camarín, atiende todas las necesidades de este pueblo que hoy se reúne contigo!¡Madre de la Fuensanta no te olvides de nuestros campos y de la huerta; devuelve la salud a los enfermos, la paciencia y serenidad a los ancianos; protege las vidas de los niños y jóvenes, bendice a los novios y a los recién casados; ayuda a las familias, escucha las súplicas de los que sufren! Ilumina, estrella que un día bajaste del cielo, a los que pueden crear puestos de trabajo y disipa

los negros nubarrones de las casas donde les ha visitado la tormenta y el drama del paro, de un desahucio y de la crisis económica; da esperanzas de los atribulados y cuida de lo más débiles.

Virgen de la Fuensanta, no permitas que Tus ojos se aparten de nosotros, y haz que los nuestros te busquen siempre a ti, ahora y en la hora de nuestra muerte.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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