Las dos parábolas

XI domingo del Tiempo Ordinario

La predicación de Jesús en el evangelio de Marcos empieza con el anuncio de la presencia del reino (1,15): «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios». El mensaje de hoy se centra claramente en las dos parábolas del evangelio, la de semilla y su crecimiento. Las dos parábolas nos están hablando del reino, pero explicadas «en privado» a los discípulos. Las dos tienen fuerza escatológica. El protagonista de la primera parábola es la semilla, no tanto el labrador o la calidad del terreno. La misma semilla tiene dentro de sí una fuerza que es la que la hace germinar, brotar, crecer, madurar… Cuando en nuestro actuar humano hay una fuerza interior (la del amor, la ilusión o el interés) la eficacia puede crecer notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo resucitado, entonces el reino germina y crece poderosamente.

Jesús ha usado con frecuencia este género literario para explicar el misterio del reino de Dios y de su persona. Son discursos cifrados, pero se entienden desde la fe. El fin primario de las parábolas usadas por Jesús es estimular el pensamiento, provocar la reflexión y conducir a la escucha y a la conversión. Pero es imprescindible, para poder comprender las parábolas, la fe de quien las escucha; solamente de este modo puede descubrirse el misterio del reino de Dios, que es enigma indescifrable para los que no aceptan el Evangelio.

La parábola apunta también a que no nos impacientemos. La semilla tiene su ritmo. Tal vez alrededor de Jesús también había quien quería ver frutos inmediatos, y él le remite a esta comparación expresiva: la semilla dará su fruto, pero lentamente. Sin efectos espectaculares. También nosotros podemos tener la tentación de la eficiencia a corto plazo. La semilla germina sin que el labrador sepa cómo. En la labor con que los cristianos contribuimos a la obra salvadora de Cristo en este mundo, muchas veces tenemos que conformarnos con «no entender» y no poder «medir» y controlar el crecimiento de este reino… Serenidad, Dios es el que da el crecimiento: el sembrador «duerme de noche (…) la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo». Solo Dios conduce nuestra historia.

A través de la predicación de la Iglesia, vamos conociendo lo que Jesús nos ha explicado ya «en privado», desde el interior de la fe. Las dos parábolas de este domingo son un himno a la paciencia evangélica, a la esperanza serena y confiada. El fundamento de la esperanza cristiana, virtud activa, es que Dios cumple sus promesas y no abandona su proyecto de salvación. Incluso cuando parece que calla o está ausente, Dios actúa y se hace presente, siempre de una manera misteriosa, como le es propio. Aunque el hombre siembre muchas veces entre lágrimas, como dice la Escritura, cosechará entre cantares, porque Dios sigue presente, está ahí. El reino crece desde dentro, porque Cristo está activo, porque su Espíritu es protagonista. El reino ya está en marcha, está ya «sucediendo».

Os invito a saber ver cómo también en nuestra historia lo humilde y sencillo, lo cotidiano y poco espectacular, puede ser el lugar del encuentro con un Dios que salva. Dios actúa con otro estilo. Como dijo la Virgen en el Magníficat, precisamente a los humildes, a los pobres y a los hambrientos es a los que Dios enaltece, hace fecundos y colma de bienes.

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