Escrito del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, en el Día de Todos los Santos.
La Iglesia terrena se alegra en esta fiesta de Todos los Santos por la gloria y honor de la Iglesia del cielo, por los mejores hijos de la Iglesia, en muchos casos anónimos para nosotros, pero muy conocidos para Dios. Esta fiesta es también un estímulo para seguir peregrinando, como se nos dice en el Prefacio de la Eucaristía: «Hoy nos concedes celebrar la gloria de tu ciudad santa, la Jerusalén celeste, que es nuestra madre, donde eternamente te alaba la asamblea festiva de todos los Santos, nuestros hermanos. Hacia ella, aunque peregrinos en país extraño, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia; en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad».
Los cristianos no miramos el futuro con temor si tenemos el corazón enamorado, en cambio, si nuestro amor es tacaño y raquítico, si vivimos de engaños y pretendemos mostrar imágenes falsas de nosotros mismos a los otros y a Dios y no hacemos nada para corregirnos y cambiar, sí que tendremos muchas razones para tener miedo de encontrarnos cara a cara con Dios. Afortunadamente estamos a tiempo de remediar nuestros males, de mirar el presente con la ilusión de servir a Dios, de seguir «lavando y blanqueando nuestras vestiduras» que tantas veces el pecado mancha. Hoy es la ocasión para recuperar la confianza, porque tenemos un Padre-Dios que jamás nos olvida y nos llama sin descanso a la santidad. Ser santos es nuestra meta, parecernos al corazón de Dios. La santidad no reside en las manos, sino en el corazón; no se decide fuera, sino dentro del hombre, y se resume en la caridad. Los mediadores de la santidad de Dios ya no son lugares (el templo de Jerusalén o el monte de las Bienaventuranzas), no son los ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo. En Jesucristo está la santidad misma de Dios que nos llega en persona, Él es «el Santo de Dios» (Jn 6, 69). La santidad es ante todo don, gracia, una necesidad. Ya que pertenecemos a Cristo más que a nosotros mismos, habiendo sido «comprados a gran precio», de ello se sigue que, inversamente, la santidad de Cristo nos pertenece más que nuestra propia santidad.
Será una maravilla esperar la resurrección de la carne, volver a encontrar a los seres queridos y querer en Dios a todos. No seremos otros, una recreación de nosotros mismos, seremos tú y yo que por la misericordia de Dios nos encontraremos en el cielo. Pero para eso no basta ser bueno, hay que querer ser santo, porque somos hijos de Dios, esta es tu identidad más profunda.
El Evangelio de este domingo, las Bienaventuranzas, vuelve a resonar en nuestro interior y nos muestra dónde está la verdadera felicidad, en este planteamiento serio y sencillo de la vida. Conviene recordar que no estaremos solos en esta aventura de ponernos en camino de la perfección, que el triunfo de los santos es el triunfo de Dios, es el triunfo de la esperanza, de la verdad, es el triunfo de la gracia de Cristo, que nos salva y vence el pecado.
Mucho ánimo, peregrinos.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena