Carta del obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca
Para esta semana, la liturgia nos ayuda para que estemos atentos al paso de Jesús por nuestras vidas y sepamos acogerle y escucharle, son las dos condiciones que se le piden a un discípulo para alcanzar la salvación que nos regala Dios. La situación que nos presenta el Evangelio es de lo más frecuente en la vida, porque los hay que se dejan llevar del activismo para hacer más cosas, tratan de llegar a una eficacia tan grande con tal de poder servir, atender y acoger a la gente sin que les falte detalle; por otra parte, también están los que valoran más la parte espiritual, por eso dejan a un lado las tareas nobles y necesarias para poder sustentarse cada día, no le dan tanta importancia a esto, y se entregan con alma y corazón a lo transcendente, ya que su valoración más urgente está sólo en el contacto con lo sobrenatural.
Las dos hermanas, Marta y María, representan la bondad de la acogida del Maestro, porque le quería toda la familia, pero los modos eran diversos. A Jesús se le pide que intervenga, que dé una palabra, porque la intención era acogerle mejor y servirle mejor. Lo que se resalta especialmente en el texto es la admirable delicadeza de Jesús y cómo responde a una y a otra, a la vez que corrige con exquisito cuidado a ambas. A Marta le hace ver que sus atenciones y el deseo de servir en la práctica no pueden tener más importancia que la presencia del divino Huésped, como aprendieron del primer mandamiento, el de amar a Dios sobre todas las cosas, cosa que también se contempla aquí. Posiblemente, el Señor hizo caer en la cuenta a estas dos hermanas, con toda la suavidad y el cariño del mundo, de que son compatibles las dos formas de actuar, la escucha atenta al Maestro y el recibirle con atenciones.
La lección aprendida en Betania nos debe hacer pensar a los cristianos de nuestro tiempo que también va dirigida a cada uno de nosotros. ¿Quién no sabe que el centro de nuestra atención es Cristo, que nuestro estilo y la forma de actuar tiene un modelo claro, el del Señor? En el decurso de su vida pública, Jesús atendió a muchas personas, estuvo cerca de muchas necesidades, curó enfermos, dio de comer a los hambrientos y fue reclamado por el gentío, pero nunca dejó a un lado la voluntad del Padre y la oración, comunicación directa con el Altísimo. El Señor les ha enseñado que el amor a Dios es lo esencial, que el amor de caridad te ayuda a estar en lo más hondo del corazón de Dios, sin pasar de largo por las necesidades de los hermanos. Esta figura es la que vemos en la Santísima Virgen María, porque Nuestra Madre ha aprendido bien el amor a Dios y a los demás y lo ha compaginado a la perfección. A la Virgen María no le ocuparon tanto su tiempo las cosas y las tareas diarias, que abandonara la misión que le había encomendado el Padre, porque supo mantener su alma serena, tanto en la acción, como en la contemplación.
Todos reconocemos que son muchas cosas las que todos los días nos salen a nuestro encuentro, muchas realidades que demandan nuestra atención, pero nunca podemos olvidar lo que nos decía Santa Teresa: “Vuestra soy, para vos nací…”. Dios en el centro de mi vida y la atención a los hermanos, porque es Dios el que me llama a ello.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena