La Palabra se ha hecho carne y habita entre nosotros

Carta Pastoral del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes.

El cuarto domingo de Adviento, tan próxima la Navidad de Nuestro Señor, muestra el excelente papel que desempeña María, la Madre de Jesús. María va a ver a su prima Isabel, ambas tienen muchas cosas que contarse, porque Dios ha hecho cosas grandes en ellas. Isabel tiene en su seno al Precursor del Salvador, María al Salvador. Por sus hijos, estas madres entran en los planes de Dios. Es un encuentro de júbilo mesiánico, como reconoce Isabel: «Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1,42); «»Dichosa tú que has creído» (Lc 1,45).

A partir de este encuentro comenzaremos a pensar en el inicio de otra etapa en la historia de la humanidad. El Espíritu Santo desciende sobre Santa Isabel y proclama la obra maravillosa realizada en el seno de María: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1,42): «¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?». Isabel habla impulsada por el Espíritu Santo y proclama la presencia de Dios en medio de su casa.

Este hermoso acontecimiento no puede entenderse sino en un clima de profunda alegría, de dar gloria a Dios por las maravillas que está haciendo por todos nosotros. Experiencia que está al alcance de todos, como hemos visto en este texto del encuentro de María e Isabel, porque sólo se necesita escuchar y creer la Palabra de Dios, con la docilidad total a la Voluntad de Dios.

En la Navidad oiremos muchos villancicos, encenderemos luces, nos desearemos felicidad y serán días de fiesta, pero recordad que Jesús se ha hecho hombre y la puesto su tienda en medio de nosotros para redimir a la humanidad. El Hijo de Dios habita entre nosotros para redimir a toda criatura humana con su muerte en cruz. Desde el pesebre hasta la Cruz veremos llorar a Jesús por la muerte de los niños abortados, por la imagen de los jóvenes hundidos en el infierno del vacío, desesperación y drogas; a Jesús le siguen haciendo llorar los ancianos que andan solos porque «estorban» a sus acomodadas familias, los matrimonios que se rompen porque no son capaces de aceptarse, de hablar y tratar de superar las dificultades; las violencias y los egoísmos, los que abusan de los otros y les quitan su libertad; Jesús llora por los que son expulsados de sus hogares, por los que desprecian a sus hermanos por el color de la piel… esto le duele al Señor, le hace llorar a Dios, aunque es Navidad. En Navidad se muestran las luces y las sombras de nuestra condición humana y Jesús nos ofrece su mano y la Salvación. La Navidad nos dice que tenemos esperanza.

Este año, Jesús, desde el pesebre te pedirá que le ayudes a redimir a los hombres, puede pedirte tus manos para curar las heridas de los otros, para curar, bendecir y perdonar; puede pedirte tus pies para salir al encuentro de los necesitados de pan y abandonados, a los desvalidos y deprimidos por la desesperanza. Te pedirá el Señor tus ojos para mostrar miradas limpias y compasivas a los que sufren o, quizás te pedirá tu rostro, como una luminosa señal de alegría, que les indique a los que zozobran por el mar de la vida el camino de la felicidad y la paz. ¿Quién te iba a decir que el Señor que has esperado este Adviento iba a necesitar de ti? Pero Dios es así, sigue sorprendiéndonos y, al mismo tiempo, como nos conoce, nos sigue dando las fuerzas y las gracias que necesitamos para hacer siempre su Voluntad, sin desesperarnos.

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