Este domingo vemos a Jesús hacer una presentación de su ministerio profético a sus paisanos en la sinagoga de su pueblo, les dice: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír». Hoy se presenta Jesús como el Mesías, el profeta de Buenas Nuevas. Se nos presenta con la fuerza del Espíritu, que transformará día a día nuestra existencia y nos hará partícipes de su gracia, como hombres nuevos, llenos de fe; cargados de paz en el corazón, de confianza, alegría y libertad interior; con fuerza para perdonar y coraje para testimoniar la Palabra; y llamados a descubrir al otro como un hermano a quien amar. Fue la predicación más breve de la historia, pero que abrió un horizonte nuevo y aquí, sus oyentes pasaron de la admiración a la persecución. No es la primera vez que primero aclaman a Jesús, para pedir su muerte después, como otro Domingo de Ramos; más aún, llegaron a ser osados y prepotentes, hasta el reto, como diciéndole al Señor: Haznos a nosotros lo que oímos que haces por ahí, a ver si te atreves… Es como si se hubiera adelantado el trágico momento de la crucifixión cuando le gritaban sus verdugos: ¡Venga, demuéstranos que eres poderoso y baja de la cruz!
Jesús actuó como un verdadero profeta, les anuncia la Verdad, les enseña el camino del Reino…, pero la tiniebla no aguanta la luz y quisieron despeñarle. Pero Dios, sin palabras, vuelve a hablar: «Se abrió paso entre ellos y se alejaba». Jesús no se inmuta ante la insolencia, no le afecta la presión, no teme las insolencias de los poderosos; guarda silencio, siempre está en su sitio, con calma… «Dios no se muda». La lección de Jesús es magistral, nos descubre que el pecado del hombre es creerse superior a Dios, por eso no entiende los planes de Dios, su corazón está herido y es incapaz de entender por qué Dios escucha a la viuda de Sarepta o a Naamán, el sirio… El corazón del que no reconoce a Dios no tiene piedad y se incapacita para verle. Por esta razón el salmo y la segunda lectura da pistas para nuestro obrar, siempre desde el amor.
La historia de Jesús se repite en cada uno de los que han sido llamados a anunciar el Evangelio, por eso nuestra mirada debe estar fija en el Señor, en cómo actuó, cómo mantuvo la serenidad y la calma; y saber que evangelizar es un acto de amor a Cristo y de amor a los hombres, a los que Cristo ama y les ofrece su vida y su Palabra. Sin amor no hay evangelización y no existe el evangelizador (1Cor 13, 1). Evangelizar es un modo extraordinario de amar a Cristo y de amar a los hombres y para esta aventura uno debe saber que la entrega es radical, que no hemos sido llamados para «predicarnos a nosotros mismos, predicamos que Jesucristo es Señor y nosotros siervos vuestros» (2Co 4, 5).
Estad alerta, porque el Espíritu Santo alejará los miedos y fortalecerá la esperanza para vivir en la caridad, en la fidelidad y obediencia a Dios. Este es nuestro reto en este tiempo, cuando mucha gente vive de espaldas a Dios, porque le han edificado otros altares, el del consumismo, la superficialidad, el laicismo, relativismo… pero son esclavizantes. Nuestro reto es mantenernos firmes en la fe, porque solo desde la fe se tiene derecho a hablar: «Creí, y por eso hablé» (2Co 4, 13). Fe es obediencia a Dios, porque la iniciativa es de Él. La fe es igualmente adhesión personal a Jesús, que es fuerza vital, que atraviesa la existencia del evangelizador y la mantiene (2 Co 2, 14).
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena