La Eucaristía, sacramento de la presencia de Cristo

Escrito del Obispo de Cartagena en el Domingo XVII del Tiempo Ordinario.

En las lecturas de la Palabra de Dios se habla de las necesidades por las que pasa el hombre en su vida. El Papa Francisco llama a estas dificultades y sufrimientos de distinto orden, las periferias existenciales. Las lecturas recogen un aspecto concreto, pero muy importante, de estas carencias y señalan a los que no tienen para comer. En la primera lectura, el profeta Eliseo quiere demostrar que él es el portavoz de Dios, que es un verdadero profeta y esto lo expresa por medio de obras simbólicas, aunque él se confía de lleno en la Palabra de Dios que necesariamente se cumplirá; mientras que en el Evangelio vemos como la figura de Jesús se resalta especialmente cuando multiplica los panes con la fuerza serena de su sola palabra, pero cuidando los detalles para que la gente recuerde siempre este signo, con esa intención ha preguntado por cuántos hay y cuánto ha sobrado. Los dos casos son semejantes, pero Jesús es un profeta mayor, Él es el Verbo encarnado, la revelación del Padre y sus obras quedarán impresas en la memoria de todos. El Señor Jesús sale siempre al encuentro de nuestros males, pero con el remedio siempre multiplicado, va por delante de nuestras carencias y necesidades.

Dios es quien conoce mejor los sufrimientos de su pueblo, quien oye primero sus gritos de dolor y el primero que sale en nuestro auxilio, mientras el profeta es un llamado y un enviado a solucionar los temas en el nombre de Dios; el profeta sabe que la iniciativa no es suya, sino del que está más pendiente de su pueblo que él mismo, pero se pone a disposición, como un instrumento eficaz de la preocupación y de la prisa de Dios por salvar a su pueblo. Cuando actúa Jesús, actúa Dios y se hace presente en medio de nosotros. Es en la Eucaristía donde ha querido el Señor perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a la Iglesia el memorial de su muerte y resurrección, ¡aquí esta Dios! Abrid bien vuestros ojos, para verle a Él; espabilad vuestros oídos para oírle a Él, hacedle un hueco en el calvario de vuestro ser y dejad volar vuestro corazón para encontrarle, todos los días, en la Eucaristía, con el alma limpia. En el número 1323 del Catecismo se dicen cosas hermosísimas de la Eucaristía, especialmente dice que es el «sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura…». No nos ha dejado solos Jesús, Él está en medio de nosotros, sigue con nosotros y oye nuestras necesidades. En la Eucaristía seguimos viendo a Jesucristo multiplicar el pan de su Cuerpo y salir al encuentro de nuestras súplicas.

Cuando nos referimos a la Eucaristía solemos decir también el Santo Sacrifico de la Misa, el sacrificio de Cristo en la cruz, ofrecido de una vez para siempre a Dios Padre en remisión de los pecados. El amor sigue siendo la explicación definitiva de la redención mediante la cruz. Es la única respuesta a la pregunta ‘¿por qué?’, a propósito de la muerte de Cristo incluida en el designio eterno de Dios. La clave es sencilla, pero contundente: el amor de Dios.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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