Escrito del Obispo de Cartagena, en el Domingo VIII del Tiempo Ordinario.
La unidad interna que se ve en las lecturas de la Palabra de Dios en este domingo hace que se perciba a primera vista el gran amor que Dios nos tiene y cómo el hombre debe responder en la fidelidad. Al cuidado, atención, cercanía e interés de Dios por nosotros le llamamos seguridad y ésta llega a límites insospechados, de tal manera que la consecuencia es que no debemos tener miedo. El discípulo conoce que está en las manos de Dios y no se preocupa de si comerá o de qué se vestirá. Cuando uno se refugia en Dios, descansa, porque le libra de todas las angustias y tribulaciones. Este es el mensaje que escucharemos el domingo: en Dios nos podemos apoyar, Él es la roca donde estamos construidos y no vacilamos.
Abandonarse en las manos de Dios no está queriendo decir que nos despreocupemos de poner a trabajar los dones y talentos que Él nos ha dado con responsabilidad; no quiere decir que nos crucemos de brazos y no pongamos los medios ordinarios para conseguir lo que necesitamos, que Dios le da de comer a los pájaros del cielo, pero no les lleva la comida a sus nidos. Nos dice que no nos agobiemos, que sepamos que contamos con su amor, a pesar de que nos reconozcamos débiles, porque la propia debilidad nos acerca todavía más a Él y el anhelo y el deseo de Dios nos llevará a reconocerle, como principio de una auténtica conversión del corazón. Esto es lo que la Iglesia nos va a proponer en la próxima Cuaresma, más que quedarnos en comportamientos externos, se nos pedirá llegar al fondo de nosotros mismos.
Quien confía en Dios no teme, porque conoce a quien le ha dicho: «no te preocupes, yo estaré contigo» y le adelanta la seguridad de que Él estará cerca. Dios nos pide confianza, llevando por delante su razón; que donde está el amor no tiene cabida el temor. La confianza te lleva a mantener una actitud activa, valiente, con intrepidez de ánimo, capaz de resistir ante el sufrimiento. El cristiano está preparado para vivir su compromiso en el mundo agarrado a Cristo, sin vacilar en la fe, fuerte en las dificultades, porque conoce la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte y ante las situaciones más difíciles y desesperanzadas, «espera contra toda esperanza», como Abrahán, su modelo de fe. La teología de la esperanza es la teología de la cruz, pues Cristo, muerto en la cruz, es nuestra esperanza. ¡Salve, o Crux, Spes Unica!
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena