Carta del obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca
Encontraremos en la celebración de la Eucaristía de este domingo las prioridades de la vida cristiana: primero, el Reino de Dios y su justicia, y lo demás, puede esperar.
El evangelista san Mateo se apoya en otras de las parábolas del Señor, habla de un tesoro escondido, de una perla preciosa y de una red de arrastre en el mar. Estas comparaciones nos ayudarán a entender el sentido de la Palabra de Jesús. En cuanto al tesoro escondido, dice que está al alcance de cualquiera que se acerque, no dice que sea inaccesible, tampoco habla de que sea una casualidad el dar con él, sino de alguien que ha decidido ir a buscarlo. Todo está apuntando a que el que escuche estas comparaciones se lleve la idea de que el verdadero tesoro es el mismo Jesús. Pero, atención, es conveniente tener claro que esta oportunidad que da Dios no es para unos privilegiados, sino para todos, y esto se nota por la condición que aparece: para alcanzar la perla preciosa o el tesoro escondido no necesitas ser poderoso, tener oro o plata para conseguirlo, no, lo único que se te pide es despojarte de todo, desprenderte de todo lo que tienes, renunciar a todas las cosas, a todas tus “perlas finas”. Para entrar en el Reino de los cielos, en el verdadero tesoro, hay que ofrecer el precio o el sacrificio de perderlo todo, para ganarlo todo. Los ejemplos de Jesús son claros, se nos pide dejarlo todo para conseguir el mejor tesoro y la mejor pesca en el mejor mar, pero sin olvidar que en los tres ejemplos está la misma respuesta: hay que renunciar a todo para elegir lo mejor, lo óptimo, a Cristo. Está claro, el tesoro más precioso que presenta el Evangelio de esta semana es el Reino de Dios, por el que merece la pena toda renuncia.
La Palabra que nos regala el Señor nos lleva a preguntarnos acerca de nuestra identidad, de nuestra condición de hijos de Dios y de cómo la vivimos, porque es importante tener las cosas claras, saber que el Reino tiene un valor tal, que por él se da todo. El Señor nos tiene acostumbrados a hablarnos de cosas muy serias con un lenguaje sencillo, como podemos ver con las imágenes del tesoro escondido o de la perla preciosa, para resaltar la importancia del Reino de los cielos. ¡Este es el negocio que nos propone el Señor, desprendernos de las baratijas para ganar a Dios! Lo que nos propone el Señor es muy serio.
El Reino del que habla el Señor “no es de este mundo”, no es de aquí (cf. Jn. 18,36). El Reino de Dios no se establece con las armas o la violencia, sino con la aparente debilidad del amor que da la vida. El Reino de Dios es completamente distinto a los de la tierra. Jesús le dice a Pilatos: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (v. 37). Jesús habla de rey, de reino, pero no se refiere al dominio, sino a la verdad. Jesús ha venido para revelar y traer una nueva realeza, la de Dios; ha venido para dar testimonio de la verdad de un Dios que es amor (cf. 1Jn 4,8-16) y que quiere establecer un reino de justicia, de amor, de vida y de paz.
El que se ha encontrado con Jesús posee el tesoro del amor y de la verdad de Dios, no necesita más, solo Dios basta, diría santa Teresa de Jesús.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena